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Actualizado: 9 de mayo de 2025
Vamos hasta los bulevares me dijo tomándome por un brazo. Deseo que me acompañes y ya es casi de noche. Caminaba de prisa y me arrastraba como si estuviese apremiado por la hora. Tomó por el camino más corto, atravesó las alamedas desiertas y me llevó derecho al lugar en que se acostumbraba pasear durante el verano al caer la tarde.
19 Por lo cual, oh rey Agripa, no fui rebelde a la visión celestial: 20 Antes anuncié primeramente a los que están en Damasco, y Jerusalén, y por toda la tierra de Judea, y a los gentiles, que se arrepintiesen y se convirtiesen a Dios, haciendo obras dignas de arrepintimiento. 21 Por causa de esto los judíos, tomándome en el Templo, intentaron matarme.
»Mi tío se me acercó, y tomándome la mano me presentó al conde de Pópoli, que hacía un año había heredado de su padre las más ricas propiedades de la comarca. ¡Imagínense lo que pasó por mí, gran Dios, al reconocer en mi prometido al rudo y feroz Eduardo, el que dos años antes y en aquella misma habitación me había groseramente insultado, el que tan baja y cobardemente había herido a un hombre desarmado e indefenso!
Tan pronto como vuelvo las espaldas todo se trastorna. Tiemblo sin cesar de que un día mi trabajo le parezca insuficiente. Así se quejaba la desdichada, y yo misma tenía el corazón despedazado al ver tanto dolor. Escucha, tengo que hacerte una súplica dijo ella finalmente, tomándome ambas manos: sondea a Roberto, procura saber si está contento de mí, y después me lo dirás.
Nos separamos sobre el anochecer y quedamos, como siempre, citados en el puente de Santa Ana. Llegada la hora, y aun no había dado el cuarto para las doce, cuando con paso vacilante y con el aire más melancólico se me acercó, y tomándome por la mano, fría como el granizo, tiró de mí para la posada, yendo yo tan confuso como espantado.
Y tomándome las manos, aquella singular criatura, me clavaba las uñas como una pantera, y me irritaba con sus palabras ardientes y resueltas.
Cuando rechazasteis brutalmente al duque al pediros mi mano, yo me postré a los pies del emperador, rogándole que tuviese piedad de los infelices enamorados y que suavizase con su poder divino vuestra crueldad. EL CONDE. ¡Sí, con su poder divino! ¡Muy bien dicho! ELSA. Y entonces el emperador, tomándome bajo su protección, os dirigió una orden en la que me llamaba su hija.
Alzó la vista cuando me acerqué a él, y tomándome la mano, dijo con voz conmovida: «Gabrielillo, no me abandones. ¡A tierra! ¡Todos vamos a tierra!», exclamé yo procurando reanimarle; pero él, moviendo la cabeza con triste ademán, parecía presagiar alguna desgracia.
¡Ah! sí, ¿uno muy urquizista? El mismo. ¡Ah! Adiós, amiguito me dijo el señor curioso, que tanto se interesaba por saber de mí, tomándome del brazo y deteniéndome mientras mi tía ya pisaba la calle; adiós... cuatro balas merecía éste como el padre agregó en el mismo umbral de la puerta, frunciendo el gesto.
Palabra del Dia
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