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Así, como un espíritu que se despide, tocó Keleffy el piano. Jamás pudo tanto, ni nadie le oyó así segunda vez. Para Sol era aquella fantasía; para Sol, a quien ni volvería a ver nunca, ni dejaría de ver jamás. Solo los que persiguen en vano la pureza, saben lo que regocija y exalta el hallarla.

Y una vez decidido, se entró de rondón en la portería de las Descalzas Reales, á cuya puerta se había parado, tocó al torno y, en nombre de la Inquisición, pidió hablar con la abadesa. Inmediatamente le dieron la llave de un locutorio. Al entrar en él, Montiño se encontró á obscuras; declinaba la tarde y el locutorio era muy lóbrego. Detrás de la reja no se veían más que tinieblas.

Y corriendo de aquí para allí, subió escaleras, y tocó campanillas, y abrió puertas sin reposar un instante, hasta que hubo juntado siete ú ocho médicos, y les llevó á su casa. Era preciso salvar á Celinina.

Ahora yo tengo para que aun en el mesmo infierno debe de haber buena gente. Y, por no ser para más mi venida, no ha de ser más mi estada: los demonios como yo queden contigo, y los ángeles buenos con estos señores. Y, en diciendo esto, tocó el desaforado cuerno, y volvió las espaldas y fuese, sin esperar respuesta de ninguno.

Entretanto, los testigos habían elegido el terreno y echado a suerte los puestos. El mejor tocó a M. L'Ambert. La suerte quiso también que se empleasen sus armas, y no los yataganes japoneses, que tal vez le hubiesen impuesto. A Ayvaz todo le tenía sin cuidado: cualquier arma era buena para él.

Sus ojos volvieron a perderse al través del balcón abierto en las lejanías del horizonte inmenso. En vano tocó los recursos que en otras ocasiones habían surtido efecto para distraerla, los vestidos, los sombreros, las reformas de la casa, los coches. Elena permanecía absorta, ensimismada, sin dignarse siquiera volver la cabeza.

Esta metáfora traducida a buen romance quiere decir que Leonorcica, lejos de lloriquear y tirarse de las greñas, tocó generala, revistó a sus amigos de cuartel, y de entre ellos, sin más recancamusas, escogió para amante de relumbrón al alférez del regimiento de Córdoba don Juan Francisco Pulido, mocito que andaba siempre más emperejilado que rey de baraja fina. Mano de Historia

Aquél era el verdadero amigo, el padre, la madre, todo». La Marquesa estuvo poco tiempo junto a su amiga enferma; le tocó la frente y dijo que no era nada, que tenía razón Somoza, la primavera médica... y habló de zarzaparrilla y se despidió pronto.

Si quiere usted entrar, voy á llamar á nuestro párroco... Cristián se volvió hacia un marinero que le seguía y le dijo en inglés: Entre usted conmigo, Dougall. El marinero, que llevaba al hombro una cajita de madera, tocó la boina con la mano y se disponía á entrar, cuando el centinela le detuvo diciendo: Tiene usted que dejar fuera la caja.

¡Ella se lo ha dicho! ¡Maldita sea! ¡Me ha vendido! exclamó lanzando a su temblorosa y aterrada mujer una mirada de profundo desdén. No, ella no me lo ha dicho respondí. Por casualidad me tocó ser testigo de su cobarde atentado. Yo fui quien la sacó con vida del río helado, adonde usted la arrojó criminalmente. Por ese acto que cometió entonces, va a responderme ahora.