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Los seis hombres que estaban sobre su pecho tiraron de la cuerda con un esfuerzo regular y prudente para evitar que él despertase. Sintió que lo que subían no era un ser animado, sino algo largo y de una rigidez metálica. La barra de acero que desean clavarme en el corazón pensó el gigante. No se equivocaba.

Ensilló volando Candido los tres caballos, y Cunegunda, él, y la vieja anduviéron diez y seis leguas sin parar. Miéntras que iban andando, vino á la casa de Cunegunda la santa hermandad, enterráron á Su Ilustrísima en una suntuosa iglesia, y á Isacar le tiráron á un muladar.

De aquí tiraron hacia las montañas del Charaguay á cuyas faldas viven la mayor parte de los Chanés y muchos Chiriguanás.

Apeáronse todos; las damas pidieron un cuarto para arreglarse un poco; los caballeros tiraron cada cual por su lado; Tom Sickles y el prusiano recogieron el mail-coach y los caballos en una cochera próxima, para conducirlos a Madrid en el correo del día siguiente: faltaba para la llegada del tren una hora larga.

El Rey también lo llevaba, y seguía inmediatamente á la custodia. Es ésta una ceremonia de las más bellas que se pueden ver... A las dos de la madrugada la procesión estaba todavía en la calle. Cuando pasó delante del palacio, se tiraron bombas de pólvora, y se dispararon muchos cohetes. El Rey fué á Santa María, iglesia próxima al palacio, para tomar parte en la procesión.

Cobo dividió a los caballeros en dos cuadrillas, que tiraron alternativamente flechas con unos primorosos arcos dorados a la sortija suspendida por una cinta del techo. Los vencedores tenían derecho a bailar con las damas de los vencidos, mientras éstos los habían de seguir dándoles aire con el abanico. Organizóse después otro juego de cintas para las damas.

El malayo se inclinó sobre el herido como un chacal, y le hundió el cuchillo en el pecho, con tal fuerza, que la punta de acero se clavó en la tabla de la cubierta. Inmediatamente Demóstenes, el negro, y otro marinero cogieron el cadáver y lo tiraron al agua.

José del Olmo en la Relacion del auto general de fe, celebrado en Madrid en 30 de Junio de 1680, pone estas palabras, viendo que algunos reos se tiraron á las llamas, i conociendo cuan mal habia salido la cuenta á la Inquisicion, ó por lo menos á la religion cristiana, con la crueldad de los jueces del Santo Oficio: «Puede ser que hiciese reparo algun incauto en que tal ó cual se arrojase en el fuego, como si fuera lo mismo el verdadero valor que la brutalidad necia de un culpable desperdicio de la vida á que se sigue la condenacion eterna.» I conociendo Olmo que aquellos que morian tan heróicamente eran tenidos por mártires, dice estas razones para prevenir los argumentos de los judíos: «Los mártires no los hace la muerte, sino la causa, i muchas veces suele remedar el error las hazañas de la verdad

En esto los capitanes y soldados arriba nombrados, que se hallaban en el caballero de Gonzaga, pensando que los turcos querían dar el asalto, comenzaron á tocar arma y tiraron arcabuzazos y poner en orden las minas de fuego y otras cosas que tenían hechas para su defensa, y del caballero de la Cerda les dieron voces que no tirasen, porque estaba ya arbolada la bandera de paz.

Quiso mover otra vez su cabeza negativamente y parpadeó con una expresión angustiosa, pretendiendo defenderse y teniendo al mismo tiempo la certidumbre de que le sería imposible. «¡Pobrecita Flor de Río Negro!», pensó. Los brazos que rodeaban su cuello le oprimieron dulcemente y tiraron de su cabeza, inclinándola poco á poco hacia el rostro femenil que avanzaba unos labios ávidos y audaces.