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Allí me lavaba yo en una gran jofaina que desde la víspera ponían para en el borde de la fuente, entre los tiestos floridos, bajo la copa aparasolada de un floripondio cuyas campanas de raso se columpiaban al soplo vivífico de los vientos matinales, mientras en jaulas y ramajes cantaban los pajarillos la incomparable alborada otoñal.

Salió Pulido refunfuñando, y se fue a su parroquia de muy mal talante, diciéndose que aquella eclesiástica pocritona había ido a quitarles la suerte; los burreros se despotricaron contra Obdulia, afirmando que no pagaba el pan y compraba tiestos de flores, y que el casero la iba a plantar en la calle; y Benina subió a ver a la niña, a quien encontró en manos de la peinadora, que trataba de arreglarle una bonita cabeza.

Trasladose, pues, y allá fue metiendo su ajuar humilde, y sus chiquillos, y el ama, para lo cual antes hizo hueco, echando fuera la mar de tiestos y tibores de plantas, y poniendo en la calle a Daniela, que en rigor no servía más que de estorbo. A sus funciones de gran canciller agregó pronto las de doncella y peinadora de su suegra y cuñada. Así todo se quedaba en casa.

En el gabinete había aún tres o cuatro tiestos con plantas de las que habían servido para el retrato. Este, fijo ya en un gran marco dorado, estaba arrimado a la pared, esperando la hora de ser colgado en el salón. Los ojos de Gonzalo, al tropezar con él, se habían obscurecido todavía más.

Por él, volvería dentro de una hora. «Amiguita, usted no puede estar mucho tiempo sola, porque esa cabeza se pone a trabajar... Como usted no me eche, aquí me tendrá otra vez esta tarde». Y volvió cerca de anochecido trayendo un ramo de flores, y poco después fue un mozo de cuerda con dos o tres tiestos.

Campeaba en una gruta de floridos rosales y crisantemos, y sobre su cabeza decía un rótulo: «Soy la inmaculada ConcepciónPoco sabía Lucía de las apariciones de Bernardita la pastora, ni de los prodigios de la sacra montaña; pero con todo eso la imagen la atraía dulcemente con no qué voces misteriosas, que vagaban entre el grato aroma de los tiestos de flores y el titilar de los altos y blancos cirios.

En el piso bajo veíanse unas rejas, por entre cuyos hierro salían matas de tiestos, colocados dentro en una tabla. La casa hacía esquina, y el cuarto bajo a que correspondían las rejas tenía por la otra calle una tienda con dos vitrinas. Pero esto no se veía desde el balcón de Miquis, aunque se adivinaba, mirando un rótulo que en áureas letras decía: Castaño, ortopedista.

Saint Etienne dijo Artegui al cochero del ómnibus que, desde el pescante, vuelta la cabeza, aguardaba la orden. Arrancaron los caballos a su pesado trote percherón, y fueron rodando por las calles bien enlosadas, hasta detenerse ante un portal estrecho, con sus tiestos de plantas raquíticas, su escalerilla de mármol y sus claros faroles de gas.