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Actualizado: 10 de mayo de 2025


Saludo el heroísmo majestuoso de la vieja guardia. Y sin prestar atención a la palabra risueña pero un tanto fuerte con que la exuberante madama contestaba a su saludo, Isidro se apresuró a huir tras de Manzanares, que se había despegado del grupo. Empezaba el concierto matinal en la terraza del café. Circulaban los camareros con grandes bandejas cargadas de sándwichs y tazas de caldo.

El príncipe se dirigió á una terraza de su jardín, cuya muralla de piedras y flores descendía hasta la vía férrea. Los vagones parecieron desfilar voluntariamente ante sus ojos, mostrándole en una curva uno de sus lados, y luego la cara opuesta al llegar á otra curva, donde se perdían. El uniforme de estos combatientes desorientó por un momento al príncipe, como una novedad inesperada.

Ojeda la vio venir hacia él pasando ante el grupo que formaban el barón y sus amigos en la terraza del fumadero. Todos la consideraron con indiferencia, y ni siquiera volvieron los ojos para seguirla mientras se alejaba. La atención era para el héroe, que, con el carrillo hinchado, relataba por cuarta vez cierto desafío terrible en el que casi había matado a su rival.

Obras, hermanos en Jesucristo, es mi divisa; «por sus obras los conoceréis» y ahí están las mías, que todos pueden juzgar a la luz del día. Y, al decir esto, el señor Tomás, gesticulando y haciendo extrañas muecas, miraba fijamente hacia una puerta abierta que daba a la terraza, atestada hacía poco de criados mirones y convertida ahora en escena de un tumulto infernal.

Ocupado el pensamiento en tales cavilaciones, un poquitín egoístas, atravesó Delaberge la avenida de los fresnos y llegó a la misma terraza, donde encontró a la señora Liénard formando un magnífico ramo con las flores de su jardín. Ya lo ve usted, señora dijo saludándola, cómo abuso de la libertad que me dio y vengo a pasar unos momentos en su compañía a título únicamente de vecino.

No tienen ustedes más que bajar por la primera escalera de caracol y luego dar media vuelta... Bringas, , es el sacristán de la Capilla. ¿Qué está usted diciendo, señora? Buscamos al oficial primero de la Intendencia. Entonces será abajo, en la terraza. ¿Saben ustedes ir a la fuente? No. ¿Saben la escalera de Cáceres? Tampoco. ¿Saben el oratorio? No sabemos nada.

La niña, hastiada ya de las expansiones familiares, se había despegado de ellos y reía en la puerta del fumadero, escoltada por su hermano y todos los admiradores, que parecían desnudarla con los ojos. Llegó Fernando hasta la terraza del café, atraído por el Canto de la Primavera, de Mendelssohn, que tocaba la música.

Pez y Rosalía, como he dicho, salían a dar vueltas por la terraza. La ninfa de Rubens, carnosa y redonda, y el espiritual San José, de levita y sin vara de azucenas, se sublimaban sobre aquel fondo arquitectónico de piedra blanca que parece tosco marfil.

Tomadas estas precauciones, me llevó a la terraza. El tiempo había aclarado. La alternativa de sol y lluvia y la temperatura notablemente dulce, aunque habíamos pasado ya la mitad del mes de noviembre, eran muy apropiadas para alegrar los espíritus vinculados al campo por todo género de intereses. La jornada, muy nebulosa al mediodía, terminaba en una tarde de oro.

Un coro de vociferaciones, grandes risas y aplausos sonó en la terraza del fumadero, y Maltrana, ansioso por conocer todo lo que ocurría en el buque, corrió hacia este sitio. Era Nélida, rodeada de sus admiradores y otras gentes que habían sido atraídas por el nuevo aspecto que presentaban algunos de aquéllos.

Palabra del Dia

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