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Actualizado: 27 de junio de 2025


La vida tiene otras exigencias. Es posible el sacrificio como algo momentáneo, heroico, que sólo puede durar poco tiempo: ¡pero el sacrificio por toda una existencia!... Recuerda, Teri, tu frase habitual: «La vida es la vida». Hay que darla lo que es suyo.

«¡Oh, Teri!... ¡TeriSus ojos encontraban también una semejanza fraternal en el cuello esbelto y ligeramente inclinado, lo mismo que el vástago de una flor que se ladea graciosamente bajo su peso; en las manos de blancura de hostia, con uñas abombadas y brillantes, parecidas a pétalos de rosa. Era Mrs.

Más que el miedo a ser sorprendido, le había molestado lo ridículo de esta situación. ¡Qué cosas llegaba a hacer un hombre serio influenciado por aquella vida de a bordo, que retrogradaba las gentes a la niñez!... El miedo al ridículo despertó su conciencia por una acción refleja, haciéndole ver la imagen de Teri que le contemplaba con ojos crueles y un rictus desesperado...

» ¡Salud a ti, Sigfrido, lumbrera victoriosa! ¡Salud, vida triunfante! »Ellos no lloran, Teri, y se muestran grandes y serenos en su despedida, no porque son hijos de dioses, sino porque tienen una confianza de niños, una fe ingenua y sana en la eternidad de su amor.

Al entrar Fernando en su camarote experimentó una gran sorpresa viendo el retrato de Teri... Luego se avergonzó de la inconsciencia en que vivía, semejante a la del ebrio que recuerda los propios asuntos cual si fuesen de otra persona.

Afortunadamente, la proximidad de la tierra iba a desvanecer esta embriaguez voluptuosa del Océano que le había mantenido en amable inconsciencia. El recuerdo de Teri, adormecido durante el viaje, resurgía más vigoroso, con mayor relieve, abultado por la luz exageradora del remordimiento. Y este remordimiento parecía añadir un nuevo incentivo a su amor.

Cuando fatigados de tantos viajes recalaban en Madrid y vivían separados por algún tiempo, él en casa de su hermana, ella con una tía a la que consideraba como una segunda madre, esta separación parecía enardecer sus celos. Al verse Teri por las tardes en el cerrado dormitorio, adonde llegaba suave y quejumbroso el sonido de «la campana de don Miguel», tenía de pronto exabruptos coléricos.

Fernando suplicó como un niño atemorizado. ¡Valor! Debía sobreponerse a sus emociones. Teri era valiente cuando quería. Te vas gimió ella, sin escucharle . Ahora me convenzo. Hasta este instante no había visto claro. Es cierto que te vas. ¡Y no hay remedio!... ¡Qué cosa tan horrible!

Pronto notó Ojeda una transformación en el carácter de Teri. Perdía por momentos su alegre inconsciencia de pájaro loco. Era más grave en sus palabras; mostraba una mesura conservadora en sus juicios sobre el amor. Ella, que al principio le incitaba a narrar las aventuras de su pasado, riendo gozosa cuanto más incontables eran, palidecía ahora con un gesto de protesta.

Luego fue él quien se sorprendió, preguntando con sorda irritación para desentrañar los misterios del pasado. ¿Qué existencia había sido la de Teri antes de que ellos se conociesen? ¿Por qué murmuraban tanto de su vida en aquella corte septentrional? ¿Por qué se había separado de su marido?... Debía hablar sin miedo; él lo aceptaba todo por adelantado: no había sido en su tiempo.

Palabra del Dia

rigoleto

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