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Algunas veces, allá en el fondo, un punto negro casi imperceptible, un jironcito tenue de vapor, un buque igual al otro, tal vez más grande... Y sin embargo continuó Maltrana , con menos valor que una hormiga en medio de las llanuras de la Mancha... Las máquinas, los salones, las murallas de acero, nada, absolutamente nada ante la inmensidad del majestuoso azul.

En la obscuridad, sin más luz que el tenue fulgor sideral que entraba por la ventana, volvió a llamar a Ojeda «viejito» y «negro», dos palabras amorosas del nuevo hemisferio a las que él no había podido habituarse todavía, y que en medio de los transportes pasionales le hacían sonreír. Cuando brilló de nuevo la electricidad estaban los dos sentados en un diván.

Maltrana continuó, en voz más tenue: Aquellas tres damas guapetonas, de perfil majestuoso, con los ojos negros y grandes, son de la República Oriental. Fíjese en los brazos, amigo Ojeda; ¡qué blancura!, ¡qué armónica carnosidad!

Con rudos instrumentos le abre las entrañas y busca ese principio en el hígado, en los pulmones, en el corazón, en la sangre y en los nervios. No le halla en parte alguna. Estaba en todo y como levísimo vapor se ha disipado. Así infiere que el principio de la vida es incorpóreo, es tenue; se asemeja en pequeño al gran ser que antes ha reconocido como motor o como alma del Universo.

Algunos reflejos de tenue luz entraban por dos altas y rasgadas ventanas laterales, cubiertas ambas con grandes cortinones de rojo damasco, desteñido y empolvado.

Eulalia, arrodillada ante su lecho, bañaba las manos del moribundo con sus lágrimas, y una lámpara, a punto de apagarse, arrojaba una tenue claridad sobre aquella escena de dolor.

Todas las puertas de las habitaciones inmediatas se resistieron á su mano. Silencio absoluto, como si la casa estuviese deshabitada. Pero este silencio fué interrumpido por una voz que descendía escalera abajo: una voz tenue, entonando una canción en inglés, lenta y triste.

Confesó entonces Ratón Pérez que no se había determinado á emprender aquella expedición, sin garantir suficientemente con aquella aguerrida escolta de Cazadores ligeros la persona del joven monarca que con tanta nobleza se le confiaba. De repente vió el rey Buby que desaparecía la vanguardia entera por un estrecho agujero, que dejaba escapar reflejos de tenue luz.

El tenor miraba su cisne, como si allí no hubiese otro ser digno de atención, y en el místico ambiente fue desarrollándose un hilo de voz tenue, dulce, vagoroso, cual si viniera de una distancia invisible. ¡Mercè, mercè, cigno gentile!... ¿Qué fue lo que estremeció todo el teatro, poniendo de pie a los espectadores?

El vástago de hierro chilló un instante, y las que estaban junto al estanque oyeron en lo profundo de la bomba una regurgitación tenue. El caño escupió un salivazo de agua, y todo quedó después en la misma quietud chicha y desesperante.