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Actualizado: 14 de julio de 2025
Pero ella le quería, estaba segura de ello, le quería con un cariño filial, mezclado de cierta confianza conyugal, que valía por lo menos tanto, a su modo, como una pasión de otro género. Y además, si no fuera por don Víctor, el Magistral no tendría por qué defenderla, ni aquella lucha entre dos hombres distinguidos que comenzaba aquella tarde tendría razón de ser.
Poner a Carlos bajo la influencia del helado cielo de la Rusia era matarle, y sin separarse de él, era imposible evitar lo que temía... ¿A quién había de confiarlo? ¿quién tendría cuidado de él? ¿qué sería de este niño?... Lloraba Gerardo, y yo también lloraba al ver las lágrimas en aquella fisonomía que ordinariamente causaba tanto regocijo.
El ministro continuaba citándole frecuentemente a su despacho con otros diputados de la mayoría, y allí, mano a mano y como en familia, se contaban las fuerzas y se discutían las batallas que, por de pronto, necesitaba dar el Gobierno, sin perjuicio de otras más rudas que tendría que librar más adelante. No se apuraba don Simón por esto, pues no paraba mientes en tan poca cosa.
Luego la casa está cerca... Doce minutos: pongamos cuatro para subir la escalera, dos para bajarla... Y está cansado el hombre; debe de ser alta la escalera... La casa está cerca. La descubriremos por la lógica. Nada de preguntas, porque no me lo dirían; ni seguir a este animal, porque eso no tendría mérito. Cálculo, puro cálculo...».
Aquí no debemos estar; nos pueden ver. Ven conmigo dijo Venturita tomándole de la mano y conduciéndole al través de los pasillos hasta el comedor. Gonzalo se sentó en una silla sin soltar la mano. Creí que no te volvía a ver hoy. ¡Qué geniecillo tienes, chica! le dijo sonriendo. El semblante de Venturita se obscureció. Si no me lo irritasen a cada instante, no lo tendría.
En el tiempo de que voy hablando, aportó a Río, como secretario de la Legación de Su Majestad Británica, un inglesito joven y guapo; probablemente tendría ya cerca de treinta años, pero su rostro era muy aniñado y parecía de mucha menor edad.
Como D. Zacarías él también ahuchaba doblones de oro en botes de hoja de lata y los escondía en el desván. Nada tendría de extraño que aquellos bandidos se tomasen la molestia de andar un poco más para recogerlos. Antes que esto acaeciese, D. Félix estaba resuelto á defenderse hasta quemar el último cartucho. En este caso, duraría el fuego lo menos quince días.
Decíale el cura muchas veces, que había aceptado aquella plaza en el colegio por no ir de párroco a un pueblo, y eso que le habían ofrecido curatos muy lucrativos. «Pero en un pueblo está uno muy expuesto; no tendría más remedio que tomar ama de gobierno, y eso siempre es comprometido... ¡Cuántos han caído y se han roto las narices!... El que ama el peligro, perecerá en él, dice el apóstol... Figúrate, Miguel, que meto de ama a Petra u otra así por el estilo, y que una noche la gran porcuza, con mala intención, viene a mi cuarto a llamar. ¿Quién está ahí?
Tendría que ver que volviera a casa, después de darles el gran susto; si no tengo valor para matarme, ¿iba a tenerlo para mirar a mi padre frente a frente, y para vivir de él, como lo he hecho siempre? en mi casa soy un estorbo, y en el mundo no hay sitio para mí... Me irrita la alegría de esta chusma...
Pues aunque soy tan reciente, crea usted que lo soy de veras, y que tendría placer muy grande en demostrárselo... aunque fuese con cualquier sacrificio... Porque usted es muy simpática a todo el mundo por su carácter franco y espontáneo, pero crea usted que a mí lo es más que a nadie... A los que nacimos y vivimos en el Norte, esa espontaneidad, esa gracia que tienen las andaluzas nos causa una impresión inexplicable.
Palabra del Dia
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