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Actualizado: 22 de octubre de 2025
El rostro de la joven se oscureció repentinamente y, retirando su mano, profirió con acento desdeñoso y colérico á la vez: Mira, déjame de casorios... Como he vivido hasta ahora seguiré viviendo... sin honra, pero libre... muy libre, ¿sabes? Velázquez quedó confuso, anonadado. Conociendo el temple de su querida, se abstuvo de insistir.
La pobreza rebaja de ordinario los caracteres, abate el espíritu, envilece el alma, la nivela con lo más abyecto, y sólo espíritus muy levantados, espíritus de sublime temple, salen ilesos de la prueba.
Las almas, según dichos místicos, cuando ardían en el fuego del amor divino y derretidas por la fuerza de este fuego se diría que se identificaban con Dios, eran como la espada que parece fuego en la fragua, de donde sale después con más fino temple y con superior aptitud para ejercer sus funciones.
Es necesario que antes se temple tu padre un poco... Si esta noche pudieras dormir en otra casa, mañana le echaríamos algunos amigos... y tal vez le calmaríamos... Pero ¿dónde voy a dormir? ¿No tienes ningún pariente en el pueblo? A mi tío Jaime nada más. ¡Bribón! murmuró el joven con rabia. Volvieron a quedar meditabundos. Rosa levantó la cabeza con alegría: tenía una idea.
»Y a tal extremo llevo yo estos mis temores a lo cursi, que aun contando con que cualquiera que estos Apuntes les tendrá su alma en su almario y sabrá dar a las cosas la necesaria luz y el apetecido temple, renuncio a reproducir el diálogo literalmente, tal como lo conservo en la memoria.
Halló a Doña Paca de mal temple, porque se había parecido en la casa, muy de mañana, un dependiente de la tienda, y habíala insultado con expresiones brutales y soeces.
Hallábase ya en su centro Miranda, habiendo cesado los lloros y reaparecido el buen humor y el temple normal del ánimo. Satisfecho de tal resultado, hasta bendecía interiormente a una de sus causas, una vejezuela que con enorme banasta al brazo se coló en el departamento algunas estaciones antes de Palencia, y cuya grotesca facha ayudó a llamar la sonrisa a los labios de Lucía.
La cual ha vuelto a adquirir la expresión risueña, el mirar malicioso y el picante gracejo de sus mejores días, señales evidentes de que su espíritu ha recobrado también la serenidad y el vigoroso temple que pasajeras vicisitudes le habían hecho perder; y es la verdad, así como lo es también que esta reconstitución moral irradia sobre el físico de la marquesa ciertas luces de estival hermosura, que justifican bien el elogio que de ella nos hizo Manolo Casa-Vieja; es, en suma, y como diría un distinguido barbián del Sport-Club, «una gran mujer que comienza a ajamonarse, pero sin el menor síntoma de embastecerse».
A media tarde recibió el correo don Alejandro; y en el correo, nueva carta de su sobrino Nacho, fechada la víspera en la ciudad. Debía llevar en ella, por su cuenta, dos días y medio. ¿Le anunciaría ya la salida para Peleches?... ¡Pues en temple estaba el horno para aquella clase de rosquillas! ¡Canástoles, qué lío! Leyó la carta, que era breve, y se le cayó de las manos convulsas.
ELECTRA. ¡Oh, madre, qué consuelo me das! LA SOMBRA. Te doy la verdad, y con ella fortaleza y esperanza. Acepta, hija mía, como prueba del temple de tu alma, esta reclusión transitoria, y no maldigas a quien te ha traído a ella... Si el amor conyugal y los goces de la familia solicitan tu alma, déjate llevar de esa dulce atracción, y no pretendas aquí una santidad que no alcanzarías.
Palabra del Dia
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