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Abrense alfoces en las laderas del monte y brechas en medio de la cresta; surcada por los aludes y por las aguas tempestuosa la gran masa, antes una y solitaria, se divide poco á poco en dos cimas distintas, que parecen alejarse una de otra á medida que se ahonda más el abismo que las separa.

Este D. Romualdo Consejero era un anciano de bigote y cortas patillas blancas, color cetrino, la frente surcada con profundas arrugas, los ojos grandes, severos, de párpados caídos. No sonreía jamás. Hablaba constantemente con acento de mal humor, como hombre desengañado de todo.

El color blanco de su cara habíase convertido en una palidez pergaminosa; su frente estaba surcada de repentinas arrugas, y los secos ojos tan pronto irradiaban el fulgor de la ira como se abatían amortiguados. Pero otro incidente llamó la atención más que el grave silencio y la amarillez y las arrugas, y fue que sus cabellos, entrecanos algunos días antes, estaban enteramente blancos.

Con frecuencia, su larga y única calle quedábase asombrada por la importación de las modas de San Francisco, traídas expresamente para estas primeras familias; esto hacía que la ultrajada naturaleza, en el miserable lodazal de su surcada superficie, pareciese más fea aún, humillando de este modo a la mayoría de la población para la que el domingo trajo solamente la necesidad de limpieza, con una muda de ropa y sin el lujo del adorno.

Vista de espalda, descubría por bajo del sombrero gran parte del rodete bien prieto, formado por una cabellera rubia oscura, surcada de hebras algo más claras, que, heridas por la luz, parecían de oro. Su andar era pausado y firme; pisaba bien y sus movimientos estaban animados por una gracia encantadora.

No, miras á lo lejos Al trasponer aquel monte En el lejano horizonte, Como en mágicos espejos Lo que es y lo que será. Miras la pampa argentina De ciudades matizada, Y por mil naves surcada La laguna cristalina Que hoy cubre verde juncal; Miras la pobre cabaña Que en palacio se transforma, Y que al tomar nueva forma Una nueva luz la baña Con resplandor sin igual.

Su boca se dibujaba grave bajo un oscuro bigote y su barbilla afeitada ofrecía todos los caracteres de la firmeza, casi de la obstinación. Su ancha frente limitada por las cejas, era blanca, surcada por admirables sinuosidades en las que se revelaban las facultades de reflexión y de imaginación. Al verle de pronto serio y un poco sombrío, la animación de los convidados se enfrió súbitamente.

Toda la ladera que hacía frente a los cerros aparecía surcada de trabajos de tierra, sin que desde la falda hasta cerca del picacho que coronaba la cumbre quedara en la vertiente un trecho de cien pasos en que no hubiera trinchera-abrigo, pozo de tirador o empalizada de cestones, para disparar a mansalva.

Pues aquella tarde era de las mejores: había cuela de mineral. Y salió de la oficina seguido por el doctor. Abajo, en la inmensa llanura de las fundiciones, surcada por vías férreas y cubierta de polvo de carbón, el médico detuvo á su guía, como si le interesase más hablar con él, que contemplar la riqueza industrial de su primo.

Su frente, surcada de finísimas rayas curvas que se estiraban o se contraían conforme iban saliendo las frases de la boca, se guarnecía de guedejas blancas. Con estos reducidos materiales se entretejía el más gracioso peinado de esterilla que llevaron momias en el mundo, recogido a tirones y rematado en una especie de ovillo, a quien no se podría dar con propiedad el nombre de moño.