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Actualizado: 2 de mayo de 2025


Reid la carcajada de la felicidad, soltad vuestras campanas, que repiquen a gloria, que suenen alegría, que lleguen sus tañidos a esta mansión dichosa, que besen vuestras almas con sus sueños de rosa.

Más de una vez por la noche me desperté con la cara bañada en lágrimas, pues la había visto ya muerta en sueños. Un recuerdo de los primeros años de mi juventud me volvía a la memoria: la había encontrado un día tendida en el sofá, rígida, pálida, semejante a un cadáver, y no podía apartar esa imagen de mi pensamiento. Mientras más se acercaba el momento crítico, más me consumía la inquietud.

Ayestarain, que nos había dejado un instante, salió muy satisfecho del estado de la enferma; descansaba con una placidez desconocida aún. La madre miró a otro lado, y yo miré al médico: podía irme, claro que , y me despedí. He dormido mal, lleno de sueños que nada tienen que ver con mi habitual vida.

5 Y el tal profeta o soñador de sueños, morirá; por cuanto habló rebelión contra el SE

Las presentaciones no me enseñaron nada. Le había conocido... ¡Cómo se parecía al hombre de mis sueños!... Su voz tiene las mismas inflexiones corteses... ¡Es él!... Pero... si es él, es que la abuela y la de Ribert me han adivinado... ¡Qué vergüenza!

Esa noche vi pasar ante mis ojos, en sueños, la figura plácida del ministro del Interior , con sus cuidadas patillas canosas, sus verrugas y lunares, y la eterna sonrisa bondadosa con que acompañaba sus saludos graves, correctos y parsimoniosos.

Y Chichí, que se criaba vigorosa y rústica, desayunándose con carne y hablando en sueños del asado, siguió fácilmente las aficiones del viejo. Iba vestida como un muchacho, montaba lo mismo que los hombres, y para merecer el título de «gaucho fino» conferido por el abuelo, llevaba un cuchillo en la trasera del cinturón. Los dos corrían el campo de sol á sol.

Pocos momentos antes yo entre sueños las campanas de enfrente. «Estas buenas amigas, las campanas decía yo , no me van a dejar dormirPero quien no me ha dejado dormir era este hombre que llamaba a mi puerta dando grandes porrazos. »Me he levantado y he abierto. Y ¿sabes a quién me he encontrado? ¡A nuestro excelente amigo don Juan Férriz!

Tal vez, en sus sueños nocturnos, se vea de rodillas en las gradas de piedra del templo, sintiéndose indigna de entrar en él y llorando desconsolada. ¡Y pretende que no es cristiana! ¿Quién, entonces, merece el nombre de cristiano si ella no lo es?

Seamos en hora buena cautos en creer la existencia de fenómenos extraños, y no nos abandonemos con demasiada lijereza á sueños de oro; pero guardémonos de calificar de naturalmente imposible lo que un descubrimiento pudiera mostrar muy realizable; no demos livianamente fe á exageradas esperanzas de cambios inconcebibles; pero no las tachemos de delirios y absurdos.

Palabra del Dia

commiserit

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