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Actualizado: 12 de julio de 2025
Ramiro sonriose. El canónigo sacó entonces una moneda de plata y se la alargó a la mujer. La morisca tomola temblando y comenzó a alejarse lentamente. Un instante después, maestro y discípulo escuchaban el rodar de la moneda sobre los guijarros.
Sonriose imperceptiblemente el vizconde, mirando a Felipe, quien con ojos azorados y con el sombrero en la mano, permanecía clavado en su sitio como pidiendo el socorro de un alma caritativa. Por fortuna entró en esto la condesa, y Felipe, sintiéndose salvado, acercose presuroso a ofrecerle sus respetos.
Porque eres hombre de buen olfato; y mientras estés tú en ella, siempre has de hallar tufo de peste. Es el único que anda ya por aquí... en cuanto tú vienes. Sonriose Guzmán y respondió, poniéndose el sombrero para marcharse: Puede que tengas razón... Vete, vete cuanto antes por ella. Y muy pocos días después salió de Madrid la marquesa para traer de Francia a su hija.
Respeto el eterno poder, y sé que no me compete limitarle; no afirmo nada, y me ciño á creer que hay muchas mas cosas posibles de lo que se piensa. Sonrióse el animal de Sirio, y le pareció que no era este el ménos cuerdo; y si no hubiera sido por la mucha desproporcion, hubiera dado un abrazo el enano de Saturno al sectario de Locke.
He tenido la desgracia de hacerle un favor contestó Ignacio , y desde entonces.... ¡Oiga! ¿A eso llama usted desgracia? Pues muy desgraciado está usted siendo desde esta mañana, porque me hizo usted cien favores ya. Sonriose Artegui de nuevo y miró a la niña. No consiste la desgracia dijo en hacer el favor, sino en que se lo agradezcan a uno tanto.
En esto Magdalena, con un arranque malicioso, que esparció sobre nosotros una lluvia de gotas, quitose el sombrero de hule, se esforzó en echar hacia atrás su cabello, en cuya operación perdió dos horquillas, sonriose y pasó al lado de Yuba-Bill, poniendo airosamente las manos atrás.
Al llegar á la puerta de la escalera encontramos á mi tía, digna compañera de su marido, como él robusta y fresca, descubiertos sus blancos y rollizos brazos hasta cerca de los codos, y llevando un gran jarro de leche, espumosa y tibia aún, en cada mano. Sonrióse gozosa y expansiva con nosotros, saludóme cariñosa, y velis nolis, me hizo probar la leche que ella misma acababa de ordeñar.
El señor Príncipe sonriose tan dulcemente, y al parecer con tanta simpatía, que principió a gustar a Carolina.
Palabra del Dia
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