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Actualizado: 16 de junio de 2025
¿En qué piensas? le preguntó, golpeándole afablemente con la palma de la mano en la rodilla. ¡Psh!... ¡En tantas cosas!... ¿En muchas?... En muchas... ¿Alegres? Si fuera como tú... ¡Qué modelito! ¿eh? pues imitarlo: ¡no vayas a creer que con las personas ocurre lo que con los sombreros de señora!... ¡no!
Los meses transcurridos han dejado en él mayor huella que en los demás. Ya no es el varón preocupado de las pompas mundanales, que consultaba al coronel sobre los méritos de sastres y sombreros. Ha vuelto á la esclavitud del pantalón con rodilleras y la corbata de nudo hecho; lleva la barba muy crecida y revuelta.
A pesar del frío, vestía una blusa de verano, una guayabera con pliegues, húmeda aún de la lluvia, y en la cabeza llevaba dos sombreros, uno dentro del otro, de distinto color, como sus manos. El de abajo mostraba una blancura gris y flamante en la parte inferior de sus alas; el de arriba era viejo, de un negro rojizo, con los bordes deshilachados.
El gobernador comenzó a bufar de nuevo, amenazando entre enérgicas interjecciones hacer con mantillas y peinetas lo que Esquilache hizo con capas y sombreros. ¡Pero, hombre, no sea usted mentecato! volvió a decir el ministro con su risa de paleto . Eso tiene muy fácil remedio. ¿Cuál? Llame usted a Claudio Molinos.
Despertaban curiosidad en los grupos de muchachas los vestidos y sombreros de toda aquella muchedumbre elegante, libre, en la cual había algunas, justo es decirlo, que habían pecado mucho más, pero muchísimo más que la peor de las que allí estaban encerradas. Manolita no dejó de hacer al oído de su amiga esta observación picante.
En torno del kiosco de la orquesta había una masa de suaves colores, formada por los sombreros femeninos, los trajes primaverales, los inquietos abanicos. Frente á las terrazas se extendía el mar entre promontorios color de rosa. Las velas lejanas parecían arder, enrojecidas por el sol moribundo.
Las cintas de los sombreros, los gallardetes de los palos de popa, los pañuelos y las corbatas comenzaron a tremolar vivamente. Los viajeros sintieron el dulce ensordecimiento que produce el viento agudo del mar, nutrido de sales.
Aquí es... La señora entró. Tres hombres había en el escritorio: uno, muy rubio, montado a caballo sobre un banco alto, y dos, de barba, con los sombreros puestos, paseando. Y el rubio decía: Esta es la situación: yo fuí y le hablé claro al padre y le mostré el estado de la caja y de los libros: un pasivo de doscientos cincuenta mil nacionales.
Una persona que sale de la cárcel no puede hallarse en disposición de atender a las primeras necesidades. Así, cuando usted entre por aquella puerta, hallará una modista y un chico de la tienda de sombreros que irá con muestras..., ¿usted se entera?... Tengo allí el gran cuarto de baño; usted calcule... Conque hasta las tres.
Una mujer elegante, de las que aquí no se usan, trayendo sus ropas y sombreros de París, su perfumería de Londres, y además amiga de reyes... Como si dijéramos marcada con el hierro de las primeras ganaderías de Europa... Andaban como locos tras de sus pasos, y la niña les permitía ciertas libertades, queriendo vivir entre ellos como un hombre.
Palabra del Dia
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