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Actualizado: 7 de junio de 2025


En efecto, contenía gran número de novelas, todas de la escuela romántica primitiva, cuidadosamente encuadernadas, pero muchas de ellas ya grasientas por el uso. En los pasajes más tiernos solían tener las hojas algunas manchas amarillentas, lo cual ponía de manifiesto que las distintas lectoras en cuyas manos había estado el libro habían tributado algunas lágrimas a las desdichas del héroe.

Tambien tenian grandes cortinas las puertas de la basílica. Aunque las paredes de las naves solian estar desnudas de todo ornato artístico, sin embargo no es probable que esta desnudez fuese regla invariable en todas las iglesias de la España goda, erigidas por un pueblo tan sensible al halago de lo bello.

La Regenta no tuvo que cerrar la puerta del caserón a nadie, como se había prometido, por que nadie vino a verla, se supo que estaba muy mala, y los más caritativos se contentaron con preguntar a los criados y a Benítez cómo iba la enferma, a quien solían llamar esa desgraciada. Ana prefería aquella soledad; ella la hubiera exigido si no se hubiera adelantado Vetusta a sus deseos.

Para que se tenga idea de la inocencia de la excelente inglesa, que en realidad era un tipo, recordaré solo, entre muchas ocurrencias que tuvo hasta separarse de nosotros en Brusélas, estas dos singularidades: A bordo del vapor nos dijo que, como viajaba sola y en los viajes se solian encontrar hombres atrevidos con las señoras, se ponia bajo mi proteccion hasta que llegásemos á Brusélas.

En el número de sus vehemencias, que solían ser pasajeras, contábase una que quizás no sea tan recomendable como aquella de socorrer a los menesterosos, y consistía en rodearse de perros y gatos, poniendo en estos animales un afecto que al mismo amor se parecía.

El furor y el encono de ambos crecieron de tal suerte, que ya no les bastaban para desahogarse los encuentros casuales, y solían buscarse para mover disputa y reñir y tratarse muy mal.

Le habían invitado también a establecerse en Lúzaro, pero no quería: prefería vivir en Izarte. La vida de aquella gente era muy sencilla y muy pobre. Por las mañanas, el capitán y su hija solían recorrer la playa desierta, los dos descalzos. Había una cueva pequeña en las dunas con una puerta; allí, los días buenos, la chica entraba a desnudarse, se ponía un traje de baño y se metía en el mar.

«Las condiciones de la entrega fueron: que los muzlimes pudieran quedar en la ciudad y vivir en ella con toda libertad, gozando de sus casas y posesiones seguramente, sujetos solo al moderado tributo que solian pagar á sus reyes por Sunna y XaraConde, año 1248. Al estipular que podrian vivir con toda libertad, es claro que no se escluía la libertad de conciencia y el culto público.

Clara, que como buena y robusta madre criaba a su hijo, estaba sorprendida, pero acataba los fallos de su marido porque los creía fundados en las prescripciones de los sabios. Lo peor del caso era que ¡cosa rara! éstos no solían estar conformes en sus métodos.

En fin, un día juntos, como solían, los más en casa de una mujer vieja, que era como su Profetiza, llamada Margarita Martí, viuda de Miguel Tarongí, dicho de la Volta, tomaron resolución de hacer la fuga con sus mujeres en la primera ocasión que se ofreciera, aunque fuese con riesgo de perderse.

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