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Actualizado: 11 de junio de 2025


¡Se acuerdan ustedes de la Pallavicini! ¡Qué voz de arcángel! decía Foja, socarrón, escéptico en todo, pero creyente fanático en la música de los cuartetos de ópera de lance. ¡Oh, como el barítono Battistini, yo no he oído nada! respondía el escribano, que estimaba la voz de barítono, por lo varonil, más que la del tenor y la del bajo. Pues más varonil es la del bajo decía Foja.

Era hijo primogénito de los marqueses de Villamelón, grandes de España, gentilhombre él de su majestad el rey, y dama de honor ella de su majestad la reina. Fue la última criatura que apadrinó Fernando en este valle de lágrimas; quince meses después bajó al sepulcro en el Real Palacio de Madrid, cumpliéndose a la letra el símil de la botella de cerveza con que el socarrón monarca comparaba a su pueblo.

El pecho, el alma, el corazon, la mano Di á PEDRO DE MORALES y un abrazo, Y alegre recebi á JUSTINIANO. Otros dos al del Layo se llegaron, Y con la risa falsa del conejo, Y con muchas zalemas me hablaron. Yo socarron, yo poeton ya viejo Volviles á lo tierno las saludes, Sin mostrar mal talante, ó sobrecejo.

Pero uno de ellos se levantó y adelantó hasta Montiño, sujetándole por los brazos con unas fuerzas hercúleas. ¡Eh! ¿qué vais á hacer con este pobre muchacho, señor Francisco Montiño? dijo con acento socarrón ¿es de personas hidalgas querer maltratar á los amigos que se encuentran cuando se creían perdidos? Amigos ¿eh? amigos que me roban mi caudal, y juntamente con él mi mujer y mi hija.

Era un sacerdote». La juventud le atraía y prefería su trato al de los más sesudos vetustenses. Los poetillas y gacetilleros de la localidad tenían en él un censor socarrón y malicioso, aunque siempre cortés y afable.

Pero si la mujer es para vos completamente indiferente, si sólo os casáis mecánicamente dijo el conde de Haro, que era un tanto socarrón , casáos con la menor de mis hijas; tiene veinte años, es fea, fuertemente fea de cara, pero robusta, llena de vida, y á propósito, decididamente á propósito para la maternidad.

Y como era hombre a quien se le suponían malas pulgas, y gastaba unos bigotes desmesurados, el socarrón tembló por su pellejo y no volvió a chistar. Mi buen amigo, cuyo gran corazón y amoj al progreso conocen todos, me dijo que hacía tiempo que pensaba sobre lo mismo, y que él además, ¿eh?, tenía otro proyecto que no tajdará en comunicaj al ilustrado público.

Cualquier cosa llegaba a ser graciosa en boca de aquel viejo truhán; cuando pasaba por delante de la taberna alguna chica bonita, Tellagorri lanzaba un ronquido tan socarrón que todo el mundo reía. Otro, haciendo lo mismo, hubiese parecido ordinario y grosero; él, no; Tellagorri tenía una elegancia y una delicadeza innata que le alejaban de la grosería.

-No era -respondió Sancho- sino silla a la jineta, con una cubierta de campo que vale la mitad de un reino, según es de rica. ¡Y que no viese yo todo eso, Sancho! -dijo don Quijote-. Ahora torno a decir, y diré mil veces, que soy el más desdichado de los hombres. Harto tenía que hacer el socarrón de Sancho en disimular la risa, oyendo las sandeces de su amo, tan delicadamente engañado.

¿Cómo aquel socarrón, marrullero, siempre alerta, se había dejado llevar de aquel arrebato? No había tal cosa. Estaba muy sereno. Bien sabía su papel. Su propósito era agradar a don Álvaro, por causas que él conocía; y aunque el presidente del Casino fingiera defender al canónigo, a Foja le constaba que no le quería bien ni mucho menos.

Palabra del Dia

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