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Actualizado: 4 de julio de 2025
Y si la decía, como era cierto, que él, desesperado, conocía que las obligaciones en que se había puesto con Margarita no habían sido parte para vencer en su alma aquel entrañable y violento amor que ya era dueño de su alma cuando a Margarita conoció, y que sólo la locura de sus turbulentos deseos había podido ponerle en obligaciones de honra paca con ella, ocasión daría a doña Guiomar para que le despreciase y se sintiese avergonzada por aquel su amor, tan mal empleado en un indigno sujeto.
Cuando la luz se hizo, resultó la realidad de una manera terrible, dura e incontestable, pero, sin embargo, fue tan asombrosa y extraña, que la fe en ella vaciló y la duda pareció ocupar su lugar. Transcurrieron varias semanas tristes y pesadas antes que me sintiese suficientemente mejorado para salir, y al fin, acompañado por Reginaldo, hice mi primer paseo en coche.
Echó una mirada en torno y vió el caballo del Duque atado a un árbol. Siguió precipitadamente, pero cuidando de no hacer ruido, por una de las avenidas orladas de coníferas que conducían a la casa. Como conocía todas las entradas, no se dirigió a la puerta cuyo llavín llevaba consigo. Temía que algún criado le sintiese.
Conocía bastante la displicencia del joven; pensó que se encontraba disgustado entre tantos desconocidos, y que eso bastaba para tenerlo descontento hasta el punto de inspirarle palabras acerbas. No era la primera vez que María Teresa advertía los celos de Juan, pues consideraba legítimo que un antiguo compañero sintiese ojeriza hacia los que trataban de captarse su amistad.
Concluyamos entonces... ¡Ah, señor!... si os sintiese... ¿Decididamente consientes ó no en abrirme? ¡Ah, sí, señor!... pero si me engañáseis... Mejor suerte has de tener que la que esperas... Pues bien... sí... sí, señor; id por el postigo. ¡Dios mío! El duque de Osuna se acercó al postigo, latiéndole el corazón. Esperanza abrió. Cuando hubo abierto, el duque la asió una mano y tiró de ella.
Deseaba que el poderoso sol se filtrase por la lona del toldo y me abatiese, aniquilase mi conciencia, me transformase en una piedra, en una planta, en algo que no pensase ni sintiese. Comprendía que mi actitud y mi semblante denotaban demasiado claro lo que pasaba en mi espíritu, que me estaba poniendo en ridículo. Nada me importaba.
Después de una galopada bastante larga, la joven se volvió como si sintiese la ardiente caricia de aquella mirada fija en ella y dijo riendo, quizá para ocultar su confusión: Creo que nos hemos perdido. En efecto... ¿Desea usted mucho encontrar el camino? Haremos lo que usted quiera.
Amaneció y, antes que él despertase, yo me levanté y me fui a una posada, sin que me sintiese; torné a cerrar la puerta por de fuera y echéle la llave por una gatera. Como he dicho, me fui a un mesón a esconder y aguardar comodidad para ir a la Corte. Dejéle en el aposento una carta cerrada, que contenía mi ida y las causas, avisándole que no me buscase, porque eternamente no lo había de ver.
Aunque se sintiese en cierto modo pesaroso de su triunfo, era éste tan notorio, que no había más remedio que saborear la amarga dicha y tomar con calma las cosas.
El señor José, al hablar de los rebeldes, sentía la cólera de un antiguo sostenedor del orden, moldeado por la disciplina. El guardia civil resucitaba bajo su blusa. Reconocía que todo estaba mal repartido y que el pobre sufría mucho. El mismo pasaba temporadas de horrible miseria, y su fin, cuando se sintiese viejo, sería mendigar en la calle o morir en el hospital.
Palabra del Dia
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