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Desde lo alto de la cuesta descubrimos la ciudad. Silenciosa y lánguida, se me antojó rendida de cansancio.

En efecto, esa catedral que ahora contemplo, esa masa enorme, quieta, silenciosa, insensible; pero tan elocuente y tan entusiasta en medio de su silencio y de su quietísmo; ese monton de piedras que estoy viendo, es como el testimonio de otra raza, de otro pensamiento, de otro dogma, de otro mundo. Este lugar, decia yo para , formaba parte de la antigua Citè.

Como la ciudad no cuenta sino unos 15,000 habitantes y es poco industrial y mercantil, su vida principal está en la Universidad, cuyos estudiantes le dan animacion, importancia y alimento económico. Así, en las épocas de vacaciones la ciudad parece silenciosa, ó al ménos pierde muchísimo de su animacion.

Le dio miedo esta extensión, rasa a la vista, que ocultaba las desigualdades del suelo, las cunetas, los hoyos de los árboles, los declives de los desmontes. Su pensamiento, quebrantado por el hambre, entorpecido por el frío, creyó ver, con tétrica alucinación, la imagen de su vida futura en esta planicie blanca, silenciosa, monótona.

Además, sobre su imaginación de mujer ejercía cierto encanto el misterioso pasado de Gabriel, su altivez silenciosa, la vaga fama de sus aventuras y aquella sonrisa un tanto compasiva y desdeñosa con que escuchaba a las gentes del claustro alto.

Quiso el cielo que oyésemos los pasos y la tos del padre vicario que llegaba, y nos separamos al punto. Volviendo en , y reconcentrando todas las fuerzas de mi voluntad, pude entonces llenar con estas palabras, que pronuncié en voz baja e intensa, aquella terrible escena silenciosa: ¡El primero y el último!

Juanita, más sorprendida que asustada, abría mucho los ojos y no sabía qué responder ni qué pensar de todo aquello. Seguía silenciosa y sólo decía para : «¿Qué monstruo será este que, según doña Inés, trata de devorarme? ¿Sabrá ella que don Andrés me persigue y me solicita, y le llamará por eso monstruo e infame bestia?

Lucía permaneció al lado de Clara hasta más tarde. También se quedó con ella el Comendador. Juntos y solos volvieron ambos á la casa. La noche estaba hermosísima, la calle silenciosa y solitaria, el ambiente tibio y perfumado, el, cielo lleno de estrellas y sin luna. Lucía iba callada, contenta, pensado en la ventura de su amiga. No estaba D. Fadrique menos soñador é imaginativo.

Al aparecer Alberto, temió que gritase también aquella mujercita vestida de luto que tenía á su lado. Pero era silenciosa en su dolor. Contempló la visión con unas pupilas agrandadas é inquietantes, que hacían recordar los ojos de los aficionados á la morfina. Cerraba los labios con fuerza, y por ambos lados de su boca corrían dos hilos de lágrimas.

El encanto de su persona puso en el palacio una nota de belleza y de dulzura, sin agitar el manso oleaje de aquella existencia tranquila y silenciosa, en medio de la cual Carmencita se sentía amada, con esa aguda intuición que nunca engaña a los niños.