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Actualizado: 12 de junio de 2025
Ella se valía de su situación para explotar a todos sus admiradores en provecho de su fortuna. Artistas, escritores, hombres de negocios, hombres de mundo, la servían simultáneamente en la medida de sus medios. Eran otros tantos empleados suyos a los que pagaba con esperanzas.
Y se fijó en don Pedro el catedrático, porque guardaba dormida cierta prevención contra él desde les tiempos de su noviazgo. Además, le ofendía verlo en su domicilio con cierto aire de personaje noble, cuyas virtudes servían de contraste á los pecados y olvidos del dueño de la casa.
La gente se empujó con la rudeza de una muchedumbre que huye de un incendio. En el espacio reservado para ocho personas se instalaron catorce; los pasillos se obstruyeron para siempre con montones de maletas, que servían de asiento á nuevos viajeros. Habían desaparecido las distancias sociales.
Roxas, por ejemplo, las menciona, que servían para alabar diversas ciudades de España, las estaciones del año, los días de la semana, el arte escénico, etc., y que, sin duda, podían recitarse antes que todos los dramas imaginables. Se ha quedado la costumbre de llamar entremeses las comedias antiguas, donde está en su fuerza el arte, siendo una acción y entre plebeya gente.
Andrés habló de un perro de caza muy hermoso que le habían robado en Madrid. A Rosa le gustaban mucho los perros, pero no los quería en casa porque su padre, cuando eran viejos y no servían, los colgaba de una cuerda y los mataba a palos. ¿Y por qué los mata de ese modo? preguntaba Andrés. Para aprovechar el pellejo: todos hacen lo mismo respondió ella. ¡Qué corazón tienen los hombres!
La gente, familiarizada con el peligro y la muerte, no hacía gran caso de ellos. ¡Eran tantos los decretos, y por otra parte tan poco numerosas las personas del distrito que sabían leer! Pero si rara vez llegaban á ser una realidad positiva, estos documentos servían de un modo maravilloso al general cuando deseaba suprimir á alguien.
Hablaba a cada uno de lo que más le interesaba; conducía a cada uno al terreno en que se encontraba más firme. Aquella mujer sin educación, demasiado perezosa y demasiado orgullosa para tener un libro en la mano, sabía fabricarse un fondo de conocimientos útiles leyendo a sus amigos. Y ellos le servían con la mejor voluntad.
Yo estaba enfrente de Neluco, arrimado a la cama también; y a la puerta de la alcoba, con los brazos cruzados y en pie, como dos estatuas de la melancolía y de la curiosidad, Facia y su hija esperando órdenes. Las primeras fueron de mi tío para pedir «otra almohada», y eso que pasaban de tres las que le servían de apoyo para sus espaldas y cabeza.
Mientras tanto, las dos llevaban á todas partes al teniente, protestando de que no le permitieran entrar con ellas en los salones del Casino, á causa de su uniforme. Una tarde, doña Clorinda, con toda la autoridad de su carácter, lo llevó á Villa-Sirena. Era una vergüenza que el hermoso edificio y sus vastos jardines estuviesen dedicados á cinco hombres que no servían de nada á la humanidad.
¿Volver a unirse? ¡En seguida! ¿Acaso estaba loco?... ¡Ah, señora! Olvida usted sin duda que hay cosas que jamás se perdonan; cosas... En fin, que quien bien está, que no se mueva. Ellos no servían para casados, no congeniaban; bastaba recordar el infierno en que se desarrollaron sus últimos meses de matrimonio.
Palabra del Dia
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