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Actualizado: 17 de junio de 2025
El doctor Sepúlveda, siempre en Buenos Aires, consiguió que el gobierno federal enviase á su provincia una comisión interventora encargada de examinar los actos administrativos de los enemigos. Esta intervención puso al descubierto cosas censurables como ocurre siempre en tales casos , y el resultado fué que los «blancos» tuvieron que abandonar el poder y entraron á gobernar los «colorados».
Volviose el familiar desalado a casa de doña Guiomar, y sin más compañía que un alguacil que le llevaba la linterna, en cuanto hubo dejado con miedo, frío y hierros al rapista, y bajo cerrojos, y tomado recibo de su persona; y acontecíale al tal Ginés de Sepúlveda, que así se llamaba este honrado familiar, que no las llevaba todas consigo, y que decía para sí que él debía ser también preso y juzgado por la Inquisición; porque si bien se miraba, él había pecado, aficionándose a una mujer, por en cuanto a su voto de castidad, y había faltado a su obligación en no prender a quien se le había mandado prendiese; antes bien, disculpádola, y excusádola, y puéstose por su pecado de su parte, sin importársele otra cosa; y hubiera querido que le naciesen alas para llegar pronto; y en fin, no vivía de miedo de haber ofendido a Dios, y de ansia por que tardaba en ver aquel hermoso sol que, a la media noche, le había deslumbrado.
En ella se queda la desventurada, exclamó poniéndose de pie y dando un hipido el señor Ginés de Sepúlveda, y ya, señora, que veis que de vos tan mal aventurado me aparto, y tan castigado y doliente, acordaos de mí en vuestras oraciones, que puede ser que Dios os oiga, y por vuestro ruego la paz del alma me vuelva que he perdido.
Aconteciole al señor Ginés de Sepúlveda, cuando las suaves manos de doña Guiomar asieron las suyas y sus ojos se fijaron espantados en sus ojos, que creyó que de él se apoderaba el diablo; espantose muy mucho más que doña Guiomar, y aturdiose; y sin saber cómo, no encontrando otra cosa de que ampararse, amparose del mismo peligro que le espantaba; es decir, que se abrazó a doña Guiomar, y de tal manera, que no parecía sino náufrago que, llevado por las furiosas olas, con una tabla se encuentra y a ella se agarra.
Sepúlveda empezó con desdén, y acabó turbado. El clérigo lo oía con la cabeza baja y los labios temblorosos, y se le veía hincharse la frente.
¿Preservativo tenéis contra diablos familiares? dijo doña Guiomar. Sí, señora, contestó el señor Ginés de Sepúlveda, y ese preservativo es la medalla, que con la cruz dominica, que como sabéis es la cruz de la Inquisición, llevo pendiente de este cordón sobre el pecho. De suerte, que si yo llevara pendiente de la garganta esa medalla, libre de duendes estaría, dijo doña Guiomar.
Interrumpiole doña Guiomar, y con muestras de sobresalto le dijo: ¿Duende decís que tenía esta casa? Por ello estuvo muchos años deshabitada, respondió el señor Ginés de Sepúlveda; y si vos que, por ser forastera, no lo sabíais, no la hubiérades comprado y habitado, sin habitar estaría aún, y seguiría deshabitada por los siglos de los siglos amen.
Palabra del Dia
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