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Actualizado: 17 de mayo de 2025
Además, conocía desde su niñez el poder de una pluma de caburé. ¡Viva el partido blanco! ¡Abajo Sepúlveda! ¡Mueran los colorados! Era el refuerzo enemigo que llegaba. Sonaron nuevos tiros en el fondo de las calles. Pasada la primera sorpresa, acudían las otras fuerzas del gobierno en socorro del cuartel. Esto se acabó. Hay que retirarse dijo Jaramillo.
Hinchádole hubiera yo la cara a mogicones al tal rapista, y aun siendo mujer, si tal a decirme se atreviera, exclamó doña Guiomar irritada; que yo no sé para qué os ha hecho Dios hombre, señor Ginés de Sepúlveda; y cosas son estas más para vistas que para oídas, porque no viéndolas parecen imposibles.
El origen de la Comunidad de Teruel, se remonta al reinado de D. Alonso II, que hizo donación a los pobladores de la villa de un estenso territorio que no abarcaba menos de cien aldeas, número que fue disminuyendo con el tiempo hasta quedar reducido a noventa que tenía en los últimos años del siglo pasado: el mismo rey les concedió los fueros de Sepúlveda o de Estremadura, que diferían bastante de los generales de Aragón.
El grande hombre de los «colorados», el doctor Sepúlveda, vivía tranquilamente en Buenos Aires, esperando el momento de regenerar su provincia. Mientras tanto, los partidarios del doctor hacían toda clase de esfuerzos para lograr su triunfo: revoluciones de día, revoluciones de noche; sublevaciones en la ciudad, sublevaciones en el campo.
Y aquí cortara la visita doña Guiomar, y al señor Ginés de Sepúlveda dejara irse, por volver cuanto antes al jardín, impulsada por el ansia en que la tenía el haber dejado a solas y en lugar apartado y espeso a Miguel de Cervantes y a Margarita; que sobresaltada estaba la hermosísima viuda, y celosa y con toda el alma puesta en el jardín, antojándosela que oía ternezas y veía rendimientos que Cervantes prodigaba a Margarita.
Cuando los invasores llegaron frente al cuartel, vieron cómo se cerraban sus puertas y cómo salían de sus ventanas los primeros fogonazos. ¡Golpe errado! Pero nadie pensó en huir. Porque la sorpresa fracasase, no iban á privarse del gusto de seguir cambiando tiros con los aborrecidos contrarios. ¡Viva el doctor Sepúlveda! ¡Abajo el gobierno usurpador!
Y Fonseca y Sepúlveda querían que «el clérigo»las Casas dijese en sus disputas algún pecado contra la autoridad de la Iglesia, para que los inquisidores lo condenaran por hereje.
Pero «el clérigo»le decía a Fonseca: «¡Lo que yo digo es lo que dijo en su testamento la buena reina Isabel; y tú me quieres mal y me calumnias, porque te quito el pan de sangre que comes, y acuso la encomienda de indios que tienes en América!»Y a Sepúlveda, que ya era confesor de Felipe II, le decía: «Tú eres disputador famoso, y te llaman el Livio de España por tus historias; pero yo no tengo miedo al elocuente que habla contra su corazón, y que defiende la maldad, y te desafío a que me pruebes en plática abierta que los indios son malhechores y demonios, cuando son claros y buenos como la luz del día, e inofensivos y sencillos como las mariposas.»Y duró cinco días la plática con Sepúlveda.
Imprudente había sido doña Guiomar confiando en su inocencia, y más aún en el amor de su soldado; y si hubiera su corazón visto cuando ella sacó de su seno la medalla del señor Ginés de Sepúlveda, arrepentídose hubiera de su imprudencia; que Cervantes creyó, que si el familiar no la había preso, a causa había sido de algún inapreciable favor con que la rectitud del enviado de la Inquisición doña Guiomar había torcido; y no tuvo la medalla que de su hermosísimo seno doña Guiomar había sacado, sino como recuerdo y prenda de amor por el familiar a ella dejados.
De como hubiera hecho muy bien doña Guiomar en no acudir a la visita que le hizo el señor Ginés de Sepúlveda.
Palabra del Dia
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