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Actualizado: 21 de junio de 2025


Lo que convenía era la condenación de Antoñuelo para escarmiento de otros pícaros y para seguridad y descanso de las personas pacíficas y honradas. Don Andrés había censurado siempre la compasión malsana que los criminales suelen inspirar en nuestro país y había apludido la impaciente severidad con que los yanquis linchan sin escrúpulo a quien la justicia anda reacia en dar el merecido castigo.

Pero de todos modos, había recobrado su tono de seguridad e importancia, y quiso regalar a sus convidados, con su voz ronca e imperiosa, con algunos de sus principios y sistemas favoritos.

Con esta garantía de seguridad y de independencia, los bailes campestres adquirieron nuevo vigor, y los autores de tan saludable pensamiento merecieron bien de la culta sociedad santanderina.

Perdone usted, pídale a Dios que perdone mi orgullo; de vez en cuando me pica y enoja la tal seguridad. Pues qué, me digo, ¿soy tan adefesio para que mi padre no tema que, a pesar de mi supuesta santidad, o por mi misma supuesta santidad, no pueda yo enamorar, sin querer, a Pepita?

Esta es la súplica que todo ser vivo, cada uno en su lengua, dirige á la madre Naturaleza. Del primero al último desean y sueñan con la seguridad; y esto no ofrece ningún género de duda al ver los ingeniosos esfuerzos que todos hacen por obtenerla.

En el fondo de su alma, hallábase persuadido de que M. L'Ambert tenía la culpa de todo. Este señor no es razonable decía a su mujer, mostrándole los estragos de los cuatro últimos días; usa gafas del número 4, que son forzosamente muy pesadas; quiere por coquetería una montura muy liviana, y tengo la seguridad de que trata a sus gafas como si fueran de hierro forjado.

Así, pues, si bien es verdad que el Ejército filipino, tal y como hoy está constituído, sería bastante para hacer frente á las eventualidades que puedan presentarse en Mindanao, no es menos cierto que para realizar ésto sería necesario dejar desguarnecidas las más importantes plazas del Archipiélago y sin garantías la seguridad pública, cosas ambas que no sería de cuerdos el fiar al azar en las presentes circunstancias.

El soldado se despidió tristemente de , diciéndome que aun pudiera tener esperanza dentro de los tres años, plazo necesario para que su visión pudiera repetirse, sin temer yo nada por la seguridad de los tesoros, pues estaban a salvo enteramente en tanto que estuviesen en su custodia.

El joven no quiso huir: se quedó junto al féretro, presintiendo que allí sería mayor su seguridad. Además, era el único pariente del muerto que iba en el cortejo, y no debía abandonarle. Los portadores del ataúd, al recibir los primeros golpes, lo dejaron caer al suelo, huyendo veloces. El paño rojo desapareció en la fuga.

Aquel extraño sueño del conde en tales circunstancias le causaba gran inquietud y le parecía precursor de una tremenda desgracia. «¡Oh! tengo la seguridad, se dijo, de que antes de una hora el conde de Trevia saldrá de su palacio... Y si sale es para cazarlos como á dos ciervos... ¡Dios mío, es horrible, es horrible!... ¿No habrá un medio de cortar el paso á la muerte?...»

Palabra del Dia

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