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Actualizado: 7 de junio de 2025
Preguntó con timidez el precio y no se atrevió a regatearla. La enormidad del coste la aterraba casi tanto como la seducía lo espléndido de la pieza, en la cual el terciopelo, el paño y la brillante cordonería se combinaban peregrinamente.
Indudablemente era muy de agradecer el interés que aquel bondadoso apóstol de Cristo se tomaba por ella. Y todo sin regaños, sin manotadas, tratándola como un buen pastor trataría a la más querida de sus ovejas. A pesar de esta excelente disposición de su ánimo, la infeliz vacilaba un poco. De una parte le seducía la vida retirada, silenciosa y cristiana del claustro.
La condesa y Octavio se habían quedado un poco atrás y siguieron hablando del baile de los duques de Hernán Pérez, ó sea del «mundo del espíritu», como decía nuestro señorito. La horticultura no les seducía. Mas al hallarse en frente de una frondosa y espléndida magnolia, ambos detuvieron el paso para contemplarla.
Lo que más seducía a la señorita de Elorza era la inquebrantable constancia de afectos que los protagonistas de aquellas novelas manifestaban siempre. Ya fuese varón o hembra, cuando una pasión amorosa les prendía no había que empeñarse en llevarles la contraria, porque todo era inútil.
Porque eso sí, ella respetaba la casa paterna y jamás allí las tenía, como no fuese con mil sigilosas precauciones y a furto del severo autor de su existencia. Catalina, al acudir a fiesta tan numerosa y estruendosa, daba un paso atrevido e inusitado, y atropellaba un poco su decoro, y, si no su buena, su mediana fama: todo por devoción a Arturito, cuya munificencia la encantaba y seducía.
Veíase envuelta, como nunca lo había estado, en una ola de pasión devota y exaltada que la cariciaba dulcemente. El papel de diosa la seducía. Gustaba de mostrarse unas veces amable y tierna, otras terrible, haciendo pasar a su adorador por todas las pruebas posibles a fin de cerciorarse bien, decía ella, de que era suyo, enteramente suyo.
Con sólo la natural vivacidad de la pasión, con una de aquellas ardientes palabras que el amor inventa y a ustedes los poetas no les cuesta mucho emplear, debía bastar para arrancarla de la ilusión que la seducía, para demostrarle que era inevitable la transformación de la amistad que la ligaba con usted, y a darle, con la previsión del mal, la idea de substraerse finalmente a una vida demasiado afligida por el dolor.
Recibiólos la noble dama con bondadosa sonrisa y á los pocos minutos de conversación se había conquistado ya todo el respeto y toda la admiración de Morel y sus escuderos. Con el aire de una reina y las maneras de la más aristocrática dama, poseía un tacto incomparable, un encanto que á todos seducía.
Cuando la casa solariega fue secuestrada, mi madre se retiró a la pequeña en compañía de una o dos mujeres. Otro poderoso atractivo la seducía. Precisamente frente a las ventanas de la otra parte de la oscura callejuela estrecha y silenciosa, se alzaban y alzan todavía los elevados y sombríos muros aspillerados por algunas ventanas de un convento de monjas Ursulinas.
Palabra del Dia
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