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Actualizado: 7 de junio de 2025


Sobre las líneas puras y gloriosas del querubín, la naturaleza había trazado otras más curvas y terrenales que le iban á maravilla. Además, tenía un modo de mirar dulce, rápido y lleno de timidez que seducía á la gente joven de la villa.

Este aislamiento perpetuo, tratándose de familias enlazadas entre , como aquéllas, por vínculos de parentesco ó de una amistad íntima, había impreso en su vida el carácter de unidad y de sencillez, verdaderamente patriarcales, que seducía á los pocos forasteros que hasta allí llegaban.

Sólo sabía, por su mal, que había sido un escándalo que apenas se pudo sofocar antes que fuera tarde. A De Pas le repugnaban tales recuerdos. Eran cosas de la juventud. ¡Qué necedad temer que él volviese a descuidarse ahora, a los treinta y cinco años! Entonces, en la época de la Brigadiera no tenía él experiencia, le halagaba la vanagloria, le seducía y mareaba el incienso de la adulación.

El encanto que lo había retenido al lado de María Teresa, había volado al soplo de la fortuna adversa, y trataba de sustituir a la dulce fisonomía que lo seducía todavía, la de miss Maud Watkinson, bellísima joven americana a quien acababa de ser presentado en casa de la Condesa Husson. Esa, , se interesaba en cuanto puede inventarse de más excitante, en punto de distracciones de toda especie.

Abetos y pinos de airosas y extrañas formas, nunca vistas por los europeos, descollaban sobre la pomposa verdura de helechos arborescentes, mirtos, laureles y otros árboles hermosos, desconocidos y sin nombre hasta aquel día. Pero Morsamor buscaba con ansia el estrecho o el fin del continente y nada de aquello le seducía ni le convidaba a detenerse.

Es muy de notarse que en la afición más acentuada de todas las mías, la de los viajes, me seducía mucho más el artificio de los hombres que la obra de la Naturaleza. Como buen madrileño, amaba a Madrid sobre todas las cosas de la tierra, y después de Madrid, a sus similares de España y del extranjero: las más grandes y más alegres capitales del mundo civilizado.

Ni el brillo del salón la seducía, ni las notas del piano la alegraban, ni conseguían llamar su atención las sonrisas burlonas de las damas ni las miradas codiciosas de los caballeros.

Y Mariskoff repitió, sacudiendo la ceniza de la pipa: ¡Ese es su hombre, Teodoro! ¡Mi hombre! murmuré sombríamente. ¡Era tal vez «mi hombre», ! Mas no me seducía ir a buscar su familia, en la monotonía de una caravana, por aquellos desolados rincones de la China. Además, desde mi llegada a Pekín, no había vuelto a ver la sombra odiosa de Ti-Chin-Fú y su cometa en forma de papagayo.

Y a unos y a otros los seducía, los corrompía, y los juntaba en una especie de solidaridad del vicio la vida que hacían, poniéndose el mundo por montera, según la frase predilecta de Emma, y viviendo alegres, siempre mezclados en conciertos, en jiras campestres, en banquetes a puerta cerrada.

A don Víctor al comulgar le atormentaba la idea de que no había confesado un pecadillo considerable: tenía sus dudas respecto de la infalibilidad pontificia. El canónigo Döllinger, de quien no sabía más sino que existía y que se había separado de la Iglesia, le seducía por su tenacidad, que le recordaba la de su tierra, Aragón, el reino más noble y testarudo del Universo.

Palabra del Dia

rigoleto

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