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Actualizado: 16 de junio de 2025


Hazla amueblar, y luego tráeme la llave y las señas de la casa. Muy bien, señor. A la noche, á las doce en punto, el duque de Osuna llegó á la calleja á donde daba la parte posterior de la casa de la duquesa de Gandía.

La pregunté por señas si salía de paseo, y me contestó que : y en efecto, un día aguardé en la calle hasta las cuatro y la vi salir en compañía de una señora, que debía de ser su mamá, y de dos hermanitos.

El que le escribía era un abogado de París, y Ferragut presintió por el papel lujoso y las señas de su domicilio que debía ser un maître célebre. Hasta recordaba haber encontrado alguna vez su nombre en los periódicos. Empezó la lectura de la primera página allí mismo, ansiando saber por qué causa le escribía el grave personaje.

-Pues allí está, sin duda alguna -replicó don Quijote-; y, por más señas, dicen que está metida en una funda de vaqueta, porque no se tome de moho. -Todo puede ser -respondió el canónigo-; pero, por las órdenes que recebí, que no me acuerdo haberla visto.

Protegido por sus sombras salí á todo escape, y, á la luz de las estrellas, divisé mi borrico, que comía allí tranquilamente, atado á una encina. Montéme en él, y no he parado hasta llegar aquí... Por consiguiente, señor, déme V. los mil reales, y yo daré las señas de Parrón, el cual se ha quedado con mis tres duros y medio.

Pero, interrumpió Tragomer, ¿llevaba entonces su nombre? Se hacia llamar Juana Baudier. ¡Oh! Usted, Tragomer, no ha podido conocerla; entonces no se ocupaba usted de teatro. Además esa muchacha era en aquella época completamente ignorada. ¿Qué edad puede tener? Unos treinta años. ¿Qué señas tenía?

Antes de que se vaciase la botella, otra ocupaba instantáneamente su sitio, cual si acabase de crecer del fondo del cubo. La marquesa, que miraba á todos lados con cierta impaciencia, sonrió de pronto haciendo señas á un señor que acababa de entrar. Era Fontenoy, y vino á sentarse á la mesa de ellos, fingiendo sorpresa por el encuentro.

Se relamía pensando que iba a verla otra vez, que iba a entrar con un vaso de agua. Pero el agua la trajo una verdadera fregona. Hasta el día siguiente no supo Nepomuceno que su dulce tormento era Marta en persona; le dio a Sebastián señas de la divinidad, y... era Marta.

«Mira el tonto de Ponce, haciéndole cucamonas a Olimpia. Yo creo que mi hermana es la única mujer que en el mundo existe capaz de querer a un crítico. Merecería en castigo casarse con él. Solamente, que como es mi hermana, no le deseo esta catástrofe». «Vaya, que está apurado el hombre decía Fortunata, riendo también . Le hace señas para que baje... , ahora va a bajar.

Este relato hubo de repetirlo el bueno del portero en obsequio al conde, añadiendo finalmente que el señor de Auvray y su acompañante habían tomado un simón, y que él les oyó dar esta orden al auriga: ¡Volando al Bosque de Bolonia... avenida de la Muette! El conde no quiso saber más; repitió estas señas a su cochero y partieron al galope.

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