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El que fuera digno de gozar el singular privilegio de ser mirado por ella, habría advertido en sus ojos la inalterable fijeza, la expresión glacial, que son el primer distintivo de los ojos de un santo de palo. Pero había momentos, y de esto sólo el autor de este libro puede ser testigo; había momentos, decimos, en que las pupilas de la santa irradiaban una luz y un calor extraordinarios.

La niña se levantó a su vez de la silla, fuese a la rinconera donde estaba el santo, y tomó de ella un librito que tenía por registro la hoja seca de una flor. Desplegó aquella página señalada, y, con voz lenta y dulce, leyó a la asombrada mujer: «Dadme, Señor, a comer el pan de mis lágrimas y a beber con abundancia el agua de mis lloros....»

¡No ha podido resistir esa muchacha!... ¿Sabes por qué te ha invitado? ¿Por qué? le pregunté sin disimular mi curiosidad. No te pongas pálido... ¡No te va a envenenar, hombre! me dijo Martín; te ha invitado porque hoy es su santo. ¿El santo de Valentina?... Pues no te puedes figurar cómo le agradezco que se haya acordado de ...

En fin, mal que bien, estuvo ya la casa adornada, pero ¡oh desgracia! mi amigo tiene un suegro sumamente gordo; verdad que es monstruoso; y es hombre que ha menester dos billetes en la diligencia para viajar; como a éste no se le podía romper la pata como al sofá, no hubo forma de meterlo en casa. ¿Qué medio en este conflicto? ¿Reñir con él y separarse porque no cabe en casa? no es decente. ¿Meterlo por el balcón? no es para todos los días. ¡Santo Dios! ¡que no se hagan las casas en el día para los hombres gordos!

De estas funciones la que se hace con más solemnidad es la del día del santo del patrón titular del pueblo.

¿Qué imaginación mortal podría concebirlo? dijo la anciana en voz baja, confidencialmente, á Ester. ¡Ese hombre religioso, ese santo en la tierra como el pueblo lo creía, y como realmente lo parece! ¿Quién que le vió ahora en la procesión podría pensar que no hace mucho que salió de su estudio, apostaría que murmurando algunas frases de la Biblia en hebreo, á dar una vuelta por la selva? ¡Ah!

La madre que llora en los campos de ciertas batallas, se llama moral, se llama historia, se llama destino, se llama Providencia. Y á esto sin duda se refiere San Pablo cuando dice: la letra con sangre entra; y cuenta, hija mia, que San Pablo es al mismo tiempo un grande hombre, un gran santo, un gran apóstol, y la inteligencia más práctica y organizadora que ha conocido el mundo.

D. Joaquin Campana, Abogado de esta Real Audiencia; el Sr. Dr. D. José Darragueira, idem; el Reverendo Padre, Fray Ramon Alvarez, Provincial de San Francisco; el Sr. Dr. D. Pascual Silva Braga, Presbitero; el Reverendo Padre, Fray Manuel Alvariño, Prior de Santo Domingo; el Sr. D. José Laguna, Capitan de fragata de la Real Armada; el Sr.

Y los entusiastas del ídolo, los más vehementes y brutales, que admiraban su audacia a impulsos del propio carácter, indignábanse, con la cólera del creyente que ve puestos en duda los milagros de su santo. Cortábase la atención del público con incidentes obscuros que agitaban las gradas.

Era el sábado santo y faltaba menos de una hora para la misa de Gloria en la Iglesia Mayor. Un reloj acababa de golpear nueve campanadas. Costábale mucho levantarse tan temprano. La caricia matinal de las holandas la amortecía la voluntad, haciéndola soñar en goces indefinidos.