Vietnam or Thailand ? Vote for the TOP Country of the Week !

Actualizado: 19 de octubre de 2025


Ahora van á sangrar dijo Sanabre, señalando á un obrero viejo que hurgaba con una palanca en la boca del horno cubierta de tierra refractaria. Se abrió un pequeño agujero en la base de una de las torres y apareció un punto de luz deslumbradora, una estrella roja de agudos rayos que herían la vista.

Es que sois de diversa raza continuó Aresti Tal vez me engañe, pero ¡qué quieres!; desde aquí, sin haber leído vuestras cartas, sin haberos escuchado, apostaría algo á que, de los dos, eres el que quieres más y mejor. Sanabre quedó silencioso un momento. Parecía asombrado, como si de repente se abriese en su pensamiento una gran ventana por la que veía algo nuevo.

Y de mi sobrina ¿estás muy seguro? preguntó el doctor fríamente, con forzada indiferencia, como si no quisiera alarmar al joven. Sanabre sentía la ciega convicción de todo amante. : estaba seguro de que le amaba: ¿Por qué le había de engañar, halagando sus ilusiones? El ingeniero no comprendía la pregunta del doctor.

Los empleados, que le conocían vagamente como pariente del principal, volvieron á enfrascarse en su trabajo, mientras Sanabre, todavía atolondrado por la inesperada visita, le ofrecía una silla junto á la ventana. El doctor explicaba su presencia allí. Había bajado de Gallarta, llamado por la mujer de un antiguo contratista que ahora vivía en el Desierto. Inconvenientes de la popularidad.

Este animal viene indudablemente por Pepita decía Aresti, á quien interesaba Urquiola como un ejemplar raro de egoísmo y brutalidad. Y se fijaba en su sobrina, la cual, á pesar de las insinuaciones de la madre, mostraba más inclinación por Sanabre, el ingeniero de los altos hornos, que por aquel pariente cuya petulancia y descaro parecían intimidarla.

El ingeniero miró á su novia, que le contemplaba con ojos interrogantes, de una candidez alarmada, como si temblase ante su respuesta. Sanabre recordó un momento á Fausto en el jardín de Margarita. Otra muchacha inocente, aunque menos apasionada que la burguesilla germánica, le preguntaba á él en un jardín cuál era su religión.

Las señoras pasaron á una habitación inmediata con Urquiola y el ingeniero Sanabre. Esperaban á algunas amigas de Bilbao y mientras tanto, harían música. Los dos jóvenes rogaron á Pepita que cantase alguna canción vascongada de las antiguas, tan melancólicas y dulces, distintas completamente del ritmo americano de los modernos zortzicos.

Y así era: Sánchez Morueta sentía por Sanabre un afecto casi paternal. Encontraba en él algo de aquel hijo, que en vano había esperado en los primeros tiempos de su matrimonio. Hacía ocho años que se había presentado una mañana en su escritorio con una carta de recomendación de un amigo de Madrid.

Y desde entonces, encariñado con su idea, no oía ópera alguna, sin encontrar en los ojos pintados de los cantantes y en sus movimientos perezosos, algo que le recordaba á su joven ingeniero. Sanabre no tardó en apoderarse del afecto de su principal. Aquel hombre de pocas palabras era comprendido inmediatamente por el joven.

Aquí se irguió Sanabre con el orgullo del hombre que sabe es preferido. A ese no le tenía miedo. Estaba seguro de que inspiraba á Pepita una aversión irresistible: bastaba ver con qué despego le trataba. Aquellas niñas criadas junto á las faldas de sus madres, conocían todo lo que pasaba en la villa.

Palabra del Dia

pacificadoras

Otros Mirando