Vietnam or Thailand ? Vote for the TOP Country of the Week !

Actualizado: 19 de julio de 2025


Pero la mujerona le contestó con otra mirada arrogante de vieja servidora, que se permite por su antigüedad no admitir repulsas. Aquel señorito había venido de visita y se había paseado con Pepita por el jardín, siempre bajo su vigilancia: ¿qué mal había en ello?... Sanabre no pudo ocultar su turbación al saludar á la señora de su jefe.

¡Oh aquella mirada!... Fué para el ingeniero lo mejor de la entrevista, y la recogió en su memoria, esforzándose por conservarla con toda su luz, para que le acompañase en las largas horas que pasaba allá en la fundición entregado á la vida de los recuerdos. Sanabre se convencía de que era amado por Pepita. Su mirada, su voz, valían más que todos los papeles preciosos que guardaba en su despacho.

La visión de un jardín, y de una mujer, marchaban ante él por los negros y ruidosos talleres, embelleciéndolo todo como un rayo de sol. Una tarde de verano, escribía Sanabre en su despacho, junto á una ventana abierta que encuadraba un pedazo de la ría, con dos vapores, un trozo de cielo azul cortado por varias chimeneas y el monte de la orilla opuesta.

Era la única vez que Sanabre creía haber estado ebrio: ebrio de sol, de azul celeste, de verde de los árboles, de aquella luz opalina que derramaban sobre el suelo unos ojos bajos y como avergonzados, al pronunciar el mágico monosílabo.

Y las pruebas eran el fajo de cartas que estaba arriba, entre planos y cuadernos de cálculos; hojas de papel satinado, de suave color de rosa, en las que Pepita juraba quererlo «más que á su vida» y terminaba invariablemente «tuya hasta la muertePara Sanabre, estos juramentos eran más solemnes é inconmovibles que las sentencias de un tribunal.

Es el sarampión de la juventud. Un signo de fuerza y de vida. El que no lo sufre es que lleva el alma muerta. Sigue, hijo, sigue. La única tristeza de Sanabre era la consideración de la gran desigualdad de fortuna entre él y su novia. ¿Qué diría su principal cuando se enterase? Le creería un aventurero que intentaba apoderarse de su inmensa riqueza.

Y reía viendo la confusión de Fernando, el cual instintivamente volvía la mirada hacia los cajones de un secretaire inmediato, desconcertado por la certeza con que el doctor lo adivinaba todo. Temió Sanabre que sus subordinados oyeran alguna palabra del doctor: deseaba salir de allí cuanto antes, y se puso de pie invitando á Aresti á seguirle. ¿De veras que no había visto nunca los altos hornos?

Sanabre se encogió de hombros, no sabiendo qué decir, mientras Pepita seguía hablando.

Y mientras venía la hora de coger el último tren de las minas, se había dicho: «Vamos á echar un párrafo con el ingenierito y de paso veré el gran feudo industrial de mi primo....» Acariciando con amistosas palmadas á Sanabre, le decía con tono malicioso: Desde el día del santo de Pepe que no te había visto. Cuántas cosas han pasado desde entonces ¿eh?... Parece que todo va bien.

Sanabre hablaba conmovido de la ansiedad con que aguardaba las cartas de Pepita; cómo las leía y releía; cuántas veces en mitad de su visita á los talleres, acometía su recuerdo la duda de una palabra, la sospecha de que tal párrafo envolvía cierta frialdad, y volaba de nuevo á su despacho, para deshacer el paquete amoroso, examinando atentamente la letra amada, como un jeroglífico que ocultaba su felicidad.

Palabra del Dia

buque

Otros Mirando