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Experimentaba múltiples sensaciones, que se externaban con brincos y piruetas, pues fue este último ejercicio, durante largo tiempo, mi manera de expresar una cantidad de sensaciones. Después que había saltado bastante, me acostaba sobre la hierba, y mirando al cielo discurría sobre una cantidad de cosas sin pensar absolutamente en nada.

Mas en los grupos se nota cierto movimiento, cierta espectacion, é Isagani se interrumpe y palidece. Un coche se ha detenido junto á la puerta: la pareja de caballos blancos es bien conocida. Es el coche de la Paulita Gomez y ella ha saltado ya en tierra, ligera como un ave, sin dar tiempo á que los pícaros le vieran el pié.

Julio entraba, poco a poco, en una tranquilidad semejante a la que suelen experimentar algunos, a la hora de la muerte, cuando los sentidos ya sólo subsisten para dar, al espíritu lúcido, una última y original visión de la vida que dulcemente les abandona. Pero de súbito la miseria humana le dominó, como una alimaña que le hubiera saltado a los hombros.

Cada cual nadó por su lado. Al ruido que habíamos hecho habíanse despertado algunos marineros que dormían en los barcos anclados, y acudió también la pareja de carabineros que estaba de vigilancia. Diéronse voces de socorro; prodújese el alboroto consiguiente. A me sacaron en vilo dos marineros que habían saltado en un bote.

»Si hubiera escuchado la voz de mi corazón, le habría saltado al cuello con lágrimas de gozo, pero me fue necesario conservar toda mi sangre fría, por mi marido y por mi hijo, que no son uno y otro más que dos niños, y me vi obligada a decirle que ese casamiento no podía hacerse.

Este mundo efímero, que sólo podía durar diez o doce días, ofrecería los mismos incidentes de un mundo que durase siglos. Los diez días iban a representar en la vida de muchos tanto como diez años. Alguien había saltado al buque en las últimas escalas. No era la esperanza sin cabeza y con alas la única intrusa.

A todo contestaban que me estuviese quieto y sin cuidarme de nada, para que no me repitiesen los accesos de fiebre; pero no pude conseguirlo, y si descansé un poco, procurando poner a un lado mis terribles recuerdos y apartar de la vista las siniestras figuras que se habían hecho compañeras inseparables de mi espíritu, poco después, cuando, ya avanzada la noche, llegó Juan de Dios, me sentí tan vivamente inquieto al verle, que a no impedírmelo mi debilidad, habría saltado del lecho para correr hacia él, arrastrado por un odio terrible y una curiosidad más fuerte aún que el odio.

Felizmente, dos dependientes del embarcadero que vieron al viejo tirarse al agua, habían saltado en un esquife y bogaban con toda fuerza hacia aquel sitio. Pocos segundos más, y hubiera perecido. Izáronles a los dos. El viejo en mal estado, con mucha agua dentro del cuerpo. Le pusieron cabeza abajo y se la sacaron como pudieron.

Con angustiosas convulsiones lo arrojaba todo fuera y se contenía el delirar, y ¡sentía un alivio...! Su mamá había saltado del lecho para acudir a socorrerla. Isabelita oía claramente, ya despierta, la cariñosa voz que le decía: «Ya pasó, alma mía; eso no es nada».

A su despecho se sentían poseídos de admiración. ¡Tenía agallas el viejo! dijo uno, limpiándose unas gotas de sangre que le habían saltado a la cara. ¡Bien reñido estaba con la vida! manifestó otro. La verdad es, muchachos, que uno por uno este viejo se hubiera tragado a la media compañía con trapos y todo concluyó por apuntar un tercero, sin que nadie protestase.