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Actualizado: 27 de junio de 2025
Una especie de escalofrío le sacudió los nervios: creía estar viendo un espectro. ¿Qué quería con él ese hombre? ¿Por qué iba a buscarle? ¿Sabe usted quién soy? ¡Pero no me esperaba usted! He venido a verle porque tengo algo que decirle. Hablaba con la cabeza baja, humildemente.
La joven ha reconocido que había sido inducida á error y ha partido libremente y por su propia voluntad!... ¡Viejo tunante! exclamó Mauricio exasperado, y cogiendo á Bobart por un hombro, le sacudió tan rudamente que Roussel vino al socorro del abogado y sé interpuso entre su ahijado y él. Vamos, hijo mío, un poco más de calma. En todo lo que el señor dice no hay sin duda ni una palabra de verdad.
El viejo se levantó apresuradamente introduciéndose en la habitación del enfermo. Al poco rato reapareció. El reuma le vuelve con fuerza dijo y necesita unas fricciones. Tomó de la mesa la damajuana de aguardiente y la sacudió. Estaba vacía completamente. Federico Bullen dejó su taza de hojadelata con una risa forzada. Los demás hicieron lo propio.
Conté sencillamente cómo había sido nuestro conocimiento y cómo la había amado sin saber si era rica o pobre, incitado, más que por nada, por su carácter franco y abierto y por la bondad de su corazón... Aquí doña Tula dejó escapar una risita irónica, y el enano sacudió su cabeza de tal modo que las colas de zorro dieron varios paseos por la pared en un segundo.
Ya que hubo llamado a misa, bajó una de las lámparas, le echó aceite, sacudió con un paño las molduras de los altares. Luego se fue hacia el fondo y desapareció por una puertecita lateral que debía de ser la de la sacristía. La capilla me parecía desierta.
Permaneció inmóvil y pensativo largo rato. Luego, como si despertara de un sueño, sacudió la cabeza y dejó escapar un suspiro. Se puso el sombrero, abrió la puerta y bajó con gran sigilo las escaleras. Al pasar por delante de la puerta del piso principal, pegó el oído a ella. Estuvo un momento escuchando, la faz demudada, los cabellos erizados.
Hasta el padre sacudió la cabeza, alzó con elocuente resignación los hombros, y rompió el primero a andar. A su lado iba el jesuita, que estiraba su corta estatura para hablarle, sin conseguir, a pesar de sus laudables esfuerzos, que el cerquillo de su corona pasase más allá de los atléticos hombros del viejo afligido.
Pero sin pecar de prolijo puedo manifestar que, cuando Jovita hubo pasado a poder del somnoliento mozo de cuadra, a quien muy pronto le sacudió el sueño con un par de coces, Federico salió con el tabernero a dar una vuelta por el pueblo que dormía silencioso.
Suspiró penosamente, sacudió la cabeza para echar hacia atrás una trenza que le caía sobre el hombro, y murmuró bajito, bajito, tal vez deseosa de no ser oída: Aun no he dicho todo... y debo decirlo. ¡Oyeme, por piedad! No quiero decirlo... pero el corazón me grita: ¡Habla! ¡Habla! Pues, dímelo! Sí, Rodolfo: no soy digna de tí.
El catalán bajó los ojos, sacudió levemente la cabeza y se dispuso a encender un cigarro. Sí, señor; yo, aquí donde usted me ve, he padecido terriblemente de sabañones. Dijo esto con la misma entonación satisfecha y semblante risueño que si contase que había llegado al polo Norte. Pero no tuve más que ponerme unos polvitos que yo tengo, de mi exclusiva invención... y como con la mano.
Palabra del Dia
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