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Actualizado: 14 de junio de 2025
Pedro Lobo revolvió mil cosas en su mente, formó mil desatinados proyectos: hasta pensó en ir de mano armada a buscar a Octaviano, adelantándose a matarle antes de que él le matara; pero al cabo, después de muchos desvaríos, prevaleció la determinación más juiciosa; y, cuatro días después de la conversación que tuvo con Madame Duval, Pedro Lobo se embarcó en un vapor inglés que iba a Southampton y libró de su odiada presencia a Rafaela, a Madame Duval, al señor Gregorio Machado, a Octaviano, y a casi toda la sociedad fluminense.
Todo tembloroso, balbuceó azorado: ¡Traigo noticias para su señoría! Noticias de considerable importancia. Mi nombre es Silvestre... Silvestre Juliano y C.ª... Un criado servicial de vuestra excelencia... Llegaron en el correo de Southampton... Nosotros somos Corresponsales de Traigand, y C.ª de Hong-Kong.
Southampton es una ciudad renovada, y de esto dependen en mucha parte sus bellezas materiales y el carácter de su poblacion. Esta es de cuarenta á cincuenta mil habitantes, que el movimiento exterior aumenta accidentalmente mas ó menos. La ciudad tiene un teatro, que regularmente está cerrado; y carece de periodismo, pues solo cuenta una hoja hebdomadaria.
Cruzamos la ria de Southampton, el golfo de Gascuña, Finisterre; pasamos por enfrente de Burdeos, y al cuarto dia de viaje llegamos á Lisboa. El Great Western, vapor que me condujo, es una colosal embarcacion de 2,500 toneladas, con un puente de una extension prodigiosa y unos anchos y soberbios salones.
Debajo de la espaldilla izquierda, fué lo único que dijo su matador, adelantándose á recobrar su dardo. Á perro viejo no hay tus tus. Esta noche podrás emborracharte con el mejor vino de Southampton, dijo el personaje á su impasible ballestero. ¿Estás seguro de haberlo despachado? Tan muerto está como mi abuela, señor. Corriente. Ahora al otro bribón.
El extranjero quo ignora esto, se admira mucho, al recorrer á Southampton ú otra ciudad inglesa, de ver los cementerios al lado de las iglesias, separados de la calle solo por una verja con entradas libres, y ostentando sus sencillos y severos monumentos entre yedras y pequeños cipreses, sin que esto desagrade en manera alguna.
No sé qué me hizo más impresión, si la noticia en sí misma o la manera cómo la recibí. En 1870, al subir a bordo el práctico que debía introducirnos en el puerto de Southampton, nos dijo, al ser interrogado sobre las novedades: «Carlos Dickens ha muerto». A mi regreso, en 1871, supe también por un práctico, en un puerto de tránsito, la muerte de Alejandro Dumas.
Un ferrocarril especial ha sido destinado al servicio, y el tránsito desde la estacion de London-Brídge hasta el palacio mismo se hace con suma comodidad en poco menos de media hora. El panorama que se extiende á la salida de Lóndres, hácia el sud-este, es por lo ménos tan interesante como el del sud-oeste, por la via de Southampton.
Sé que las galeras de España y Francia no han andado muy lejos de Southampton en estos últimos tiempos, pero dudo que los escoceses asomen por aquí ahora ni en muchos años.
Creo que antes de llegar de nuevo á Southampton hemos de vernos convertidos en arenques salados, á juzgar por la cantidad de agua que espero embarcar en cuanto ponga la proa á Inglaterra. ¿Y qué dice á ello mi señor? Abajo está, ayudando á su amigo á descifrar blasones. Lo único que me contesta es que no le hable de tales pequeñeces. ¡Pequeñeces! Pues ¿y Sir Oliver?
Palabra del Dia
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