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Actualizado: 17 de octubre de 2025
Siquiera, la madre tiene que rabiar, que tronar, que rugir de puertas adentro..... ¡La hija lleva la modosidad hasta perder la palabra y el movimiento!
Las bromas groseras del valentón hacían rugir de risa á la concurrencia. A toda aquella gente, que aún guardaba el mal sabor de la paga de San Juan, le hacía mucha gracia ver tratados á sus amos tan cruelmente. ¡Ah!
Después quitó al escudero la correa que sujetaba sus gregüescos á la cintura y le ató atrás las muñecas, y con el extremo sobrante ató un pie de la víctima y le dejó tendido en el portal; el escudero no podía gritar, ni aun rugir, ni moverse. El tío Manolillo se acurrucó en un rincón del zaguán y esperó.
474 Y aves y bichos y pejes se mantienen de mil modos: pero el hombre en su acomodo es curioso de oservar: es el que sabe llorar y es el que los come a todos. 475 Antes de aclarar el día empieza el indio a aturdir la pampa con su rugir, y en alguna madrugada, sin que sintiéramos nada, se largaban a invadir.
Parecía que Méjico me estuviese esperando, como uno de esos volcanes bondadosos y bien educados que permanecen tranquilos durante siglos y, apenas un explorador huella su cumbre por primera vez, empiezan á rugir y á soltar humaredas á guisa de saludo.
De repente veo delante de mí la muralla, un bastión, la puerta de la ciudad cerrada. Entonces, alucinado, sintiendo detrás de mí rugir la turba, abandonado de todo socorro humano, me acordé de Dios. Creí en él, gritándole que me salvase: y mi espíritu iba tumultuosamente recordando, para ofrecerle fragmentos de oraciones, de «Salves, Credos», que yacían en el fondo de mi memoria.
El bramido del viento confundiría la última palabra de amor de aquellas dos almas, el rugir de las olas su último suspiro, y quién sabe si algún rayo de la poética luna su última mirada. ¡Cuántas historias semejantes á esta no guardarán los mares!
Cuando por casualidad se les encuentra de pie, no hacen otra cosa que pasear tranquilamente por la celda sin desplegar ninguna especie de ferocidad, como un poeta lírico que estuviese meditando algún soneto enrevesado para la Ilustración Española y Americana: cuando abren la boca y estiran las garras, nunca es en son de amenaza, sino para desperezarse groseramente; y si tal vez que otra les da la humorada de rugir, lo hacen con tanta delicadeza, que más que de devorarlos, parece que tratan de enterarse de la salud de los espectadores.
Además, unas niñas brasileñas se preparaban para tocar a cuatro manos una sinfonía; las artistas de opereta contribuirían con varias romanzas; uno de los norteamericanos pensaba disfrazarse de negro para rugir su música con acompañamiento de ruidosos zapateados; y hasta fraulein Conchita, cediendo a los ruegos de varias señoras entusiastas de las cosas de España, había accedido a ponerse de mantilla blanca, cantando con su hilillo de voz algunas canciones de la tierra.
Estaba enferma; apenas si salía de su hotel; una enfermedad que roía sus entrañas, un cáncer al que había que domar con continuas inyecciones de morfina para que no la hiciera desfallecer y rugir de dolor con sus crueles arañazos. La desgracia la había hecho volver sus ojos a Dios; se arrepentía del pasado, quería verle...
Palabra del Dia
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