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Actualizado: 28 de noviembre de 2025


Los caseros de las cercanías llamábanla Gorriya, esto es, «la roja». Al hermano portero no le era, sin embargo, desconocida la dama, y saludóla también a su paso con mucha atención y deferencia. La beata, con redoblada curiosidad, tornó a preguntar asimismo el nombre de esta. La condesa de Albornoz replicó secamente el portero.

Pues él también te quiere a ti: al entrar en esta casa hace un momento, me vino a preguntar con semblante fosco si yo te galanteaba. ¡Qué tonto! exclamó la niña roja de placer. ¿Y qué le dijiste? Que no podía aunque quisiera, porque era tu hermano. ¿Y él que ha dicho? ¿De veras es V. hermano de esa joven? Y , ¿qué dijiste entonces? Y tan de veras, aunque de padre nada más.

La de las Maldivas, por ejemplo, es granulosa, dura, grisácea, y no uniforme; la de Sumatra tiene los granos redondos y blancos o amarillentos; la de la Luisiana es gris, y la de las Molucas y Nueva Guinea es roja, blanca o gris. Un árbol del tamaño de éste que acabamos de cortar da unos ocho quintales. ¡Qué afortunada tierra, tío!

Le entraban irritaciones sordas a la vista de objetos dejados por él, un par de zapatos viejos y torcidos, una faja de lana roja pendiente de una percha, una colilla negra y pegajosa, caída en el suelo.

Un ruido vibró en sus orejas, sintió al rededor de las sienes el chasquido de un latigazo, la nube roja reapareció ante sus ojos, volvió á ver los cadáveres de su mujer é hija, y al lado el hombre y el fraile riendo y cogiéndose la cintura. Olvidóse de todo, dió media vuelta y siguió el sendero por donde marchaban aquellos: era el sendero que conducía á sus terrenos.

La mesa de encina y la silla de tres pies de la misma madera no eran de lo que podría esperarse de tan pobre habitación. Habían ido de la Casa Roja con el lecho y otros objetos, porque el señor Godfrey Cass, como todos lo decían en la aldea, se mostraba muy bueno para el tejedor.

Habiendo tomado tan favorable giro la plática, el pretendiente instó y apremió a su pretendida para que de una vez lo aceptase como novio... Coca se hizo de rogar bastante... Discutió todavía... ¿Podía estar segura del amor de Vázquez?... ¡Eran tan inconstantes los hombres!... Y razonando así, entretuvo un buen rato al estanciero, como una gatita blanca que juega con un ovillo de seda roja...

Cuando la fogosa oradora soltaba la sin hueso, pronunciando una de sus improvisaciones, terciándose el mantón y echando atrás su pañuelo de seda roja, parecíase a la República misma, la bella República de las grandes láminas cromolitográficas; cualquier dibujante, al verla así, la tomaría por modelo.

Al final de la avenida destacaba su mole el Arco de Triunfo sobre un cielo coloreado por la puesta del sol. Una nube roja flotaba en torno del monumento, reflejándose en su blancura con palpitaciones purpúreas. Desnoyers se acordó de los cuatro jinetes y todo lo demás que le había contado Argensola antes de presentarle al ruso.

Al glosar así su dicha, quitábase Miranda el sombrero y buscaba en los bolsillos del sobretodo la gorrilla de viaje roja y negra a cuarterones. Hay movimientos que por instinto nos recuerdan otros, cuando los ejecutamos. El antebrazo de Miranda, al descender, notó un vacío, la falta de algo que antes le estorbaba.

Palabra del Dia

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