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Actualizado: 28 de noviembre de 2025
A tiempo llegaba, porque la herida que recibí en la lucha con Dechard había vuelto a abrirse y la sangre corría abundante, formando roja mancha en el suelo. ¡Pues entonces déme usted su caballo! grité, apartándolo de mí. Di algunos pasos hacia el caballo, tambaleándome, y caí de bruces. Tarlein se arrodilló a mi lado. ¡Federico! dije.
Esta túnica, blanca, azul ó roja, la reemplazan, cuando pueden, por un vestido de zaraza floreada á grandes ramages y de fondo punzó: andan igualmente descalzas.
En cierto momento todo el mundo decía: «¡Qué hermosa pareja harían él y la señorita Nancy!», y si ella llegara a ser la señora de la Casa Roja, iba a haber un buen cambio, porque los Lammeter estaban criados de modo que no podían soportar que se malgastara una pizca de sal. Sin embargo, todas las gentes de su casa obtenían lo que había de mejor, cada cual según su rango.
En efecto, la señora Kimble, que hacía los honores de la Casa Roja en estas grandes ocasiones, vino al vestíbulo a recibir a la señorita Nancy y la llevó a los altos. La señora Kimble era la hermana del squire y la mujer del doctor, doble dignidad con la cual su diámetro estaba en razón directa.
Morandro, mi dulce amigo, No vayas, que se me antoja Que de tu sangre veo roja La espada del enemigo. No hagas esta jornada, Morandro, bien de mi vida, Que si es mala la salida, Es muy peor la tornada. Si quiero aplacar tu brio, Por testigo pongo al cielo, Que de mi daño recelo Y no del provecho mio.
Duro con él; dijo el anciano sacristán con horrible sonrisa. Pero, ¿ha oído Vuestra Reverencia hablar del portento que se vió anoche? Se dice que apareció en el cielo una gran letra roja, la letra A, que hemos interpretado significa Ángel.
Por mi parte, la muerte que prefiero es la que se recibe en el campo de batalla, cerca de la gran bandera roja con su león rampante, entre las voces de los combatientes, el chocar de las armas y el silbido de las flechas.
La condesa acomodó la roja cabecita en su blanda almohada con lazos rosa y fijó en el ministro sus claros ojos, que expresaban admirablemente la extrañeza. Afianzóse Martínez las gafas de oro, torció la descomunal cabeza, y amenazando a Currita con su gordo y porrón dedo, como hace el dómine que echa al niño una reprimenda cariñosa, le dijo: En Palacio están muy disgustados...
La cena, que comenzara temprano en la Casa Roja, había terminado, y la fiesta había llegado en ese momento en que la misma timidez se convierte en alegría natural, el momento en que los señores que tienen conciencia de sus extraordinarios talentos acaban por dejarse persuadir de que deben bailar un «hornpipe».
El rincón, allá contra la pared, es el cuarto de dormir de las muñequitas de loza, con su cama de la madre, de colcha de flores, y al lado una muñeca de traje rosado, en una silla roja: el tocador está entre la cama y la cuna, con su muñequita de trapo, tapada hasta la nariz, y el mosquitero encima: la mesa del tocador es una cajita de cartón castaño, y el espejo es de los buenos, de los que vende la señora pobre de la dulcería, a dos por un centavo.
Palabra del Dia
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