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Actualizado: 28 de julio de 2025
Parécele escuchar el estrépito de su casa que se derrumba, la casa Esteven y Compañía, y no quiere darse vuelta, de temor de no poder soportar el espectáculo de la catástrofe. La luz roja llega y míster Robert sube al tranvía.
A consecuencia de aquella acción, el capitán Raynal fue propuesto para la cinta roja... Pero él no pudo olvidar la cinta azul. La tía Liette no había vuelto a preguntar a Carlos si iría a Argicourt.
Pero había traído a la Casa Roja el hábito de la veneración filial y conservado religiosamente en un sitio de honor aquellas reliquias del difunto padre de su marido.
Yo me desesperaba, pero él maldito el caso que hacía de mí. ¡Qué pena la mía cuando un día me preguntó con cara burlona si me gustaban las muñecas, porque pensaba comprarme una! Me puse roja de indignación y, a pesar del cariño que le profesaba, confieso que de buena gana le habría dado un cachete.»
De distancia en distancia, en donde los habitantes no dormían, ya un estrecho rayo de luz se filtraba por las cerraduras o salía por las gateras y titilaba como una raya roja a través de la fría blancura de la noche.
La vació sobre el delantal de la asombrada campesina, dio algo también al ermitaño, que no manifestaba menos sobresalto, y abriendo la sombrilla roja emprendió la marcha seguida por la doncella. Al pasar frente a Rafael, contestó al sombrerazo de éste con una inclinación elegante, casi sin mirarle, y comenzó a bajar la pedregosa pendiente de la montaña.
No, Sol, yo soy tu hermana. No hagas caso de lo que dice la directora. Yo te querré siempre como una hermana y abrió los brazos, y apretó en ellos a Sol, a la que llevaba sin miedo, prestísimamente. ¡Oh! dijo Sol de pronto ahogando un grito. Y se llevó la mano al seno, y la sacó con la punta de los dedos roja. Era que al abrazarla Lucía, se le clavó en el seno una espina de la rosa.
Las columnas lustrosas, talladas con mil suertes de primores, la roja colcha de damasco, las sábanas de singular blancura, las guarniciones de las almohadas, el reloj y la palmatoria que yacen sobre la mesa de noche, los cabellos dorados del joven y las paredes enjalbegadas, todo brilla, todo arde, todo lanza vivos destellos.
Determinamos de esperar el venidero día, por ver si con la claridad descubríamos algún navío, y quiso la suerte que descubriésemos dos, el uno que salía del abrigo de la tierra, y el otro que venía a tomarla; conocí que el que dejaba la tierra era el mismo de quien habíamos salido a la isla, así en las banderas como en las velas, que venían cruzadas con una cruz roja; los que venían de fuera las traían verdes, y los unos y los otros eran cosarios.
Acaeció, no obstante, lo que era de esperar: allá al final del cuarto acto, cuando el tenor avanza hasta las candilejas para expresar con algún do de pecho la emoción que le embarga, y las señoras se levantan de sus asientos dejándose poner los abrigos por sus maridos, amantes o admiradores, la roja camelia cayó al suelo: la generala, con el abrigo ya puesto, se precipitó fuera del palco, sin duda para ocultar su confusión.
Palabra del Dia
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