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Actualizado: 22 de mayo de 2025
Aquello sí que era pueril, ridículo y hasta pecaminoso. ¿Pues no se había puesto a fijarse, porque iba con la cabeza gacha, en los manteos y sotanas de sus colegas, y en los suyos, y no estaba pensando que el traje talar era absurdo, que no parecían hombres, que había afeminamiento carnavalesco en aquella indumentaria...? ¡mil locuras! lo cierto era que le estaba dando vergüenza en aquel momento llevar traje largo y aquella sotana que él otras veces ostentaba con majestuoso talante.
Tal facha y vestido con anteojos era de lo más ridículo que puede imaginarse. Los de la Regencia fluctuaban entre el enojo y la risa, y los extraños que presenciaban aquello, no disimulaban su contento por disfrutar de escena tan chusca.
Según las teogonías antiguas, el Amor es un niño de cinco años y medio, y no obstante Hesiodo asegura que es más viejo que el Tiempo. El conde de Villanera descendía en línea recta de esos españoles caballerescos hasta lo ridículo, que el divino Cervantes ha ridiculizado, no sin admirarlos.
Porque yo me helara desde la mañana hasta la noche, ¿sería usted más dichosa? La señora Aubry dió á entender con un gesto expresivo que no sería más dichosa por eso, pero que consideraba el lenguaje de la señora de Laroque como prodigiosamente afectado y ridículo. En fin continuó ésta, dicha ó desgracia; poco importa.
Guardo estas flores porque tienen para mí el mérito de venir de sus manos; pero yo no sabría llevarlas con gracia en mi boutonnière, como sus elegantes amigos; estaría ridículo. ¿Por qué? interrogó María Teresa simulando no comprender. Son ideas que usted se hace; déjeme colocarle las flores...
Y ahora sí que la imagen de don Álvaro se le presentaba risueña, elegante, fresca y viva. «Al fin aquello estaba dentro de las leyes naturales y sociales... a lo menos era cosa menos repugnante... menos ridícula; no, lo que es ridículo, nada... ¡pero un canónigo!...».
Voy a contarte una curiosa aventura, que, si bien tiene mucho de ridículo, no puedo ni debo pasar en silencio, porque sus consecuencias fueron serias para mí y han influido bastante en los ulteriores sucesos de mi vida. De esta aventura hace ya mucho tiempo, pero la tengo tan presente como si ayer hubiera sido.
Pero me fastidia, sin embargo, pensar que las solteronas tienen un lado un tanto ridículo... ¡Qué idea, reclamar un marido con tanta insistencia y tan poca discrección!... ¡Bah! exclamé con más firmeza, me siento, con todo, una aptitud sublime para esa vocación tan desacreditada... Sin embargo, por complacer a mi abuela, consiento en poner toda mi buena voluntad al servicio del matrimonio.
Ante todo, decidme ¿por qué si vos me besarais la mano, lo hallaría ridículo y no muy agradable que digamos, aunque os quiero con todo mi corazón, mientras que sucede exactamente lo contrario cuando se trata del señor de Couprat? ¿Cómo, cómo? ¿Qué dices Reina? Digo que me ha sido muy agradable el que el señor de Couprat besara mi mano, mientras que si fuerais vos...
-Pues yo voy por él -respondió Sancho. Y, dejando a su señor, se fue a buscar al bachiller, con el cual volvió de allí a poco espacio, y entre los tres pasaron un graciosísimo coloquio. Capítulo III. Del ridículo razonamiento que pasó entre don Quijote, Sancho Panza y el bachiller Sansón Carrasco
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