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Actualizado: 22 de mayo de 2025
Algunas veces Lázaro creía ir convenciéndose de que la tierra era el asiento del mal, como le habían dicho sus maestros: todo, al parecer, le incitaba para inclinarse a esta opinión. Mezclado con su amor a la humanidad, empezaba a sentir desprecio hacia el hombre, ser extraño, ridículo y sublime al mismo tiempo, que con frecuencia es malo, pero que algunas veces es peor.
El señor César Juque, pequeñito y un tanto afeminado, no es demasiado ridículo; un joven cándido no se presta jamás a la risa. El señor César Juque va a casa de la señorita Givendolen Lorys, llamada Chadd no se sabe por qué.
Cada uno de ellos se pone de parte de su patrón, aunque ambos son de alquiler. EL PRIMER «CHAUFFEUR». ¡Qué aire más ridículo tiene tu cliente...! ¡Apenas puede mantenerse en pie...! EL SEGUNDO «CHAUFFEUR». ¡Tu cliente sí que parece ridículo...! ¡Seguramente está temblando!
Tu madre, Máximo me dijo, se pone cada vez más caprichosa. Sufre tanto, ¡padre mío! Sí, sin duda; pero tiene un capricho muy singular; desea que estudies derecho. ¡Yo, derecho! ¿cómo quiere mi madre que á mi edad, con mi nacimiento y en mi situación vaya á arrastrarme en los bancos de una escuela? Eso sería ridículo.
Acerca del miedo de que no me quieran oír, asegurome muy seriamente que no sería yo el primero que hablase sin ser oído, y que como en esto más se trataba de hablar que de escuchar, más preciso era yo que mi auditorio. Ridículo es hablar me añadió no habiendo quien oiga; pero todavía sería peor oír sin haber quien hable.
Había en mí muchas disparidades, mi condición de estudiante estaba en ridículo desacuerdo con mis disposiciones morales, evitaba como una nueva humillación todo hecho que pudiera recordarnos a los dos aquellos contrastes. Desde hacía algún tiempo mi susceptibilidad, en punto a ellos, se había hecho vivísima.
Cuando joven había mostrado una naturaleza tan púdica que rayaba por su exageración en lo ridículo. Sus amigas la embromaban no pocas veces afectando cierta libertad en el hablar. Tan castísimos eran los oídos de la doncella de los Oscos, que los de una miss inglesa parecerían los de un sargento a su lado.
En el tarjetero de la berlina traía Currita un papelito en que se veían apuntados gran número de nombres y de señas; hicieron dos visitas, a una magistrada del Tribunal Supremo y a una brigadiera de artillería, dignísimas señoras, a quienes, después de sacar los cuartos la olímpica condesa, puso en ridículo con desvergonzado gracejo, haciendo desternillar de risa a la inocente Margarita.
Que eso no os aliente para exigirme igual conducta cuando estemos solos. ¿Y eso por qué? Si yo no os tratase delante de esas gentes como á un amante favorecido, creerían que me burlaba de vos. Yo no quiero que nadie pueda creer tal cosa. Os aprecio y os respeto demasiado para que yo os ponga en ridículo delante de nadie.
Como sucede siempre á estos personajes, su afectación tenía algo de ridículo; pero era la del que nos ocupa una de esas ridiculeces que sólo notan los hombres de verdadero talento, los hombres superiores. A los demás, don Rodrigo Calderón, que él era, debía imponer respeto, y lo imponía.
Palabra del Dia
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