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Actualizado: 18 de junio de 2025


«Hija de mi alma, ya te hemos perdonado» murmuró a manera de rezo, al dar los primeros pasos. En el centro había una mesa, sobre la cual dejó la señora la lámpara.

Los rosarios de mujeres, sobre todo, dieron origen á no pocos excesos, en los que más de una vez viéronse obligados á intervenir los alguaciles, pues como no todas las hijas de Eva que á ellos concurrían hacíanlo sólo por el rezo, y como con frecuencia los mozos de empuje se unían á la procesión con intenciones no muy piadosas, resultaban de aquí escenas poco edificantes.

¡Señor, por ellos!... ¡por sus madres! gemía doña Luisa reanudando su rezo. Aquí se había desarrollado lo más terrible del combate, la pelea á uso antiguo, el choque cuerpo á cuerpo, fuera de las trincheras, á la bayoneta, con la culata, con los puños, con los dientes. El guía, que empezaba á orientarse, iba señalando diversos puntos del horizonte solitario.

me enseñaste a sentir así, a querer paz..., a soñar..., a desear imposibles.... Aquí estoy tranquila..., y rezo a mi modo. No tengo fe, lo que se llama fe.... Pero quisiera tenerla. Los santos, todos esos, aquel San Roque, este San Sebastián con sus banderillas por todo el cuerpo..., aquel señor obispo..., San Isidoro..., todos me van entendiendo.

No, Fermín, mil veces no. Yo le convenceré cuando vuelva. »¿Que rezo poco? Es verdad. Pero tal vez es demasiado para mi salud. ¡Si yo dijera a Quintanar o a Benítez el daño que me hace, sana y todo, repetir oraciones!... Que en mis cartas no hablo más que de don Víctor y del médico. ¿Pero de qué quiere que le hable? »¿Que se acabó esto y se acabó lo otro...? No y no. No se acabó nada.

He rezado a María Santísima para que borre del alma la imagen de usted y el rezo ha sido inútil. He hecho promesas al santo de mi nombre para no pensar en Vd. sino como él pensaba en su bendita esposa, y el santo no me ha socorrido.

Pero hubo tiempo y oraciones para todo y para todos; porque tras el rezo por el alma de su padre, rezó por la de su madre, y después por las de abuelos, y enseguida por las de todos sus parientes, y luego por las de cada uno de los míos, y, finalmente, por las necesidades de la cristiandad entera.

La dulzura de las miradas, el ligero palpitar de los labios estremecidos por el rezo, no eran bastante a disipar la fascinación que con su hermosura despertaban. Cuando se movían arreglando los reclinatorios y las sillas, el sagrado recinto parecía estremecerse como santo mordida por la tentación, y el crujir de las sedas imitaba rumor de viento entre hojarasca caída y seca.

En la sala de estudio rezó el Actiones nostras con devoción suma, sacudió un papirotazo a su vecino de la derecha, arrastrado por la fuerza de la costumbre, tiró al suelo los libros del de la izquierda, por una necesidad casi de su temperamento, y abrió la tapa de su cajón con mucha formalidad.

Por la tarde, si no tenía que ir a casa del procurador, solía matar el fastidio en las iglesias, de donde resultó que en aquel periodo oyó más sermones y rezó más novenas que en el resto de su vida. Distraíase con estas superficiales devociones, y aun llegó a figurarse que se había perfeccionado interiormente.

Palabra del Dia

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