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Actualizado: 10 de junio de 2025
La reina se estremeció; el padre Aliaga se heló; se levantó el tapiz, y la condesa de Lemos dijo desde él: Señora: doña Clara está enferma, pero me ha dicho que si vuestra majestad lo desea, se hará conducir. La reina respiró; al padre Aliaga se le quitó de sobre el corazón una montaña. No... no... se apresuró á decir el rey de ningún modo. ¿Y está... en mucho peligro nuestra buena doña Clara?
Después de un corto momento de inquietud, respiró... nadie, evidentemente nadie, había notado que él dormía. Enderezose, estirose prudente y lentamente... ¡Se había salvado!... Un cuarto de hora más tarde, las dos hermanas acompañaban al cura y a Juan hasta la pequeña puerta del parque, que daba a la aldea, a un centenar de pasos del presbiterio.
El Magistral respiró; pero antes de exponerse a otra pregunta inopinada, como diría Mourelo, se despidió de aquellos señores asegurando que tenía que hacer en Palacio. No podía más; aquella tarde la compañía de sus colegas le asfixiaba; toda aquella tela negra colgando le abrumaba; podía decir cualquier desatino si continuaba allí. Y se marchó a paso largo.
Iba a derribar al toro de una estocada maestra. Todos adivinaban la resolución del espada. Se lanzó Gallardo sobre el toro, y todo el público respiró a un tiempo ruidosamente, luego de la emocionante espera. Del encontronazo entre el hombre y el animal salió éste corriendo con mugidora furia, mientras el graderío prorrumpía en silbidos y protestas. Lo de siempre.
Desde que vio entrar a la Providencia, en figura de Benina, sintiose la niña calmada de su ansiedad y sobresalto, y el caballero también respiró por el propio motivo feliz, y se le alegraron las pajarillas viendo conjurado, por aquel día, un grave conflicto de subsistencias.
Yo respiro la brisa que acaso haya pasado por los campos y ríos de mi pueblo natal; ¡acaso me devuelva lo que antes le he confiado: los besos y suspiros de un ser idolatrado, las dulces confidencias de un amor virginal!
Sonó una puerta en el interior, luego otra más cerca, y el groom levantó la cortina: Currita respiró desahogada... Entraba la dama duende, la incógnita de las camelias, con el aplomo y el descoco de una diva de café cantante que se presenta ante el público, fijando en él una mirada de provocación más bien que de temor o de extrañeza.
El alguacil del Santo Oficio le había llevado en derechura al convento de Atocha, le había metido en la celda, y se había quedado guardándole por fuera. Cuando se vió allí Montiño, respiró un tanto.
Murió su padre y se confesó con remordimiento que no lo sentía. Respiró con ansia y delicia el aire de la libertad. Hubo un momento en que la vida le pareció menos horrible; el mundo tuvo para él una dulce sonrisa. Fue cuando, el bolsillo bien repleto, se marchó a Madrid. Primero la ciencia le ofreció un consuelo y un entretenimiento.
Después sintieron que se abría y se cerraba la puerta del cuarto vecino. Fortunata respiró. El otro, cansado de esperar, se retiraba. «Vaya por Dios» repitió Patria, como si dijera: «Tanto repulgo para caerse luego...». Pasado un cuarto de hora, sintieron que se abría otra vez la puerta de la izquierda.
Palabra del Dia
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