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Actualizado: 27 de junio de 2025


Pensaban ofrecerlo al kaiser Guillermo II, resignados á sufrir sus exigencias de aprovechado comerciante, cuando se presentó el príncipe Lubimoff.

Los dañadores del barrio, infelices que trabajaban durante el verano en los tejares y sólo a impulsos del hambre invernal se decidían a ir de caza, admiraban al Mosco. Este no iba, como ellos, sin un arma en la faja, resignados de antemano a recibir un escopetazo o una paliza, a que los llevasen a la cárcel de El Escorial, y de allí a presidio, sin oponer la más leve resistencia.

Cuando la justicia había encontrado una víctima, y el paciente, abandonado de todo el mundo, avanzaba lentamente hacia el cadalso, podía ver a su lado a esos emisarios divinos de la religión, y sus ojos, antes de cerrarse, leían en sus ojos resignados la promesa de la salvación. Sus modestas miradas se enriquecían, no obstante, con los más ilustres recuerdos.

Lo importante, pues, es que no perdamos la confianza y el aprecio de nosotros mismos. Bueno es renegar y rabiar y acusarnos unos á otros de incapaces, probando así que no estamos resignados ni echados en el surco; pero mejor es no creer que la incapacidad y el rebajamiento son generales y única causa de nuestra ruina.

Y los más, de cuerpo negro y miembros retorcidos y angulosos como sarmientos, eran los hombres-plantas unidos para siempre a la tierra de donde habían surgido, incapaces de movimiento y de ideas, resignados a morir en el mismo sitio, nutriendo su vida buenamente con lo que desechasen los fuertes.

Estos reproches no eran amargos como otras veces, sino resignados, sumisos, y contenían una suprema súplica. El último vestigio de su orgullo había muerto, y la elocuencia le venía de la sinceridad de su espíritu fecundado por el sufrimiento.

Su compasión, pues, se fijaba principalmente en aquellos infelices animales, que, después de haber hecho grandes servicios a sus amos, contribuido a su lucimiento y quizá salvándoles la vida, hallaban por toda recompensa, cuando la mucha edad y el exceso del trabajo habían agotado sus fuerzas, una muerte atroz, que por un refinamiento de crueldad les obligan a ir a buscar por mismo: muerte que su instinto les anuncia, y a la cual resisten algunos, mientras otros, más resignados, o más abatidos, van a su encuentro dócilmente, para abreviar su agonía.

Hacía un rato que el tabique no comunicaba queja alguna. Dos o tres amigas de la Fábrica, entre ellas Guardiana, que ya no se quejaba de la paletilla, entraban un momento, se ofrecían, se retiraban con ademanes compasivos, con resignados movimientos de hombros, con reflexiones pesimistas acerca de la fatalidad y de la ingratitud de los hombres.

Desde el fielato se les veía alejarse, las manos en los bolsillos y la espalda encorvada, con ademán humilde, resignados a sufrir el resto de una vida sin esperanza y sin sorpresa, conociendo de antemano la fatiga monótona y gris que se extendería hasta el momento de su muerte.

¡Oh, Mabel! intervino María Teresa, ¡puede usted decir eso! ¡Hay tanta miseria todavía!... Me sorprende que todos los que se mueren de hambre permanezcan tan resignados y no traten de rebelarse contra nosotros, que disfrutamos de todo. Somos muy culpables hacia ellos... ¿Culpables?... ¿culpables de qué?

Palabra del Dia

rigoleto

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