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Actualizado: 16 de julio de 2025


El espectáculo de la ignorancia, del vicio y del embrutecimiento le repugnaba hasta darle náuseas y se arrojaba con fervor en la sincera piedad, y devoraba los libros y ansiaba lo mismo que para él quería su madre: el seminario, la sotana, que era la toga del hombre libre, la que le podría arrancar de la esclavitud a que se vería condenado con todos aquellos miserables si no le llevaban sus esfuerzos a otra vida mejor, una digna del vuelo de su ambición y de los instintos que despertaban en su espíritu.

Me repugnaba seguir los consejos de mi maestro. Entendí muy bien lo que éste me quería decir con aquello de «te recomiendo que trates a mi amigo con tu genial y característica bondad»; pero me chocaba presentarme tímido y meticuloso como un donado, aparentando una estimación que no pasaba en de los límites de un respeto vulgar y corriente, como el que concedemos a todos por razones de urbanidad y cortesía. ¿Qué hacer?

Sus remordimientos de engañar a D. Joaquín no la mortificaban demasiado, pues, aunque ella repugnaba el engaño y nunca había engañado a nadie sino a D. Joaquín, todavía se figuraba ella que en realidad no había tal engaño. Nada disimuló ni ocultó al casarse, y su marido por lo tanto debió comprender desde luego a lo que había de atenerse. Ella le hizo confesión general anticipada.

No le repugnaba a doña Lupe trabajar los domingos, porque sus escrúpulos religiosos se los había quitado Jáuregui en tantos años de propaganda matrimonial progresista. Púsose, pues, a zurcir en su sitio de costumbre, que era junto a la vidriera. En el balcón tenía dos o tres tiestos, y por entre las secas ramas veía la calle.

No sólo excusaba aquel delirio de venganza, extravío de un espíritu ulcerado, de una madre enloquecida hasta la desesperación, sino que lo aprobaba y lo comprendía, y se regocijaba por ser su ciego instrumento. Otra había hecho la tarea que repugnaba a su natural lealtad; no tenía más que lavarse las manos.

El defecto que en su casa le señalaban era el de ser un poco terca. No era posible, pues, una antítesis más perfecta. Si así no fuese, Marta hubiera llegado a querer a Manolito, porque su temperamento repugnaba la mudanza lo mismo en los muebles del cuarto que en los sentimientos de su corazón.

No le repugnaba a Aarón lucir sus talentos, aun delante de un ogro, siempre que se sintiera en seguridad. Por lo tanto, después de algunos ademanes de falsa vergüenza, consistentes principalmente en restregarse los ojos con las manos y en mirar a Marner por entre los dedos para ver si éste deseaba ardientemente oírlo cantar, se dejó al fin poner erguida la cabeza.

Aquí, dos bodas; en el restaurant de más allá, otras; en último termino, un cortejo nupcial, zarandeándose al compás de los pianos con la panza repleta de peleón. Aquello repugnaba a Luis. ¡Todo Dios se casaba!... ¡Qué brutos! ¡Cuánta gente inexperta queda en el mundo!

Le repugnaba vagar con Feli todas las tardes por los campos inmediatos a los Cuatro Caminos, acompañándola después a su barrio, cuando cerraba la noche. El Mosco, aunque no ponía gran atención en los actos de su hija, comenzaba a mostrar cierta extrañeza por la tardanza con que se presentaba de vuelta del taller, alegando ocupaciones extraordinarias para justificar su retraso.

Sin querer oír más, la muchacha declaró que no sólo repugnaba casarse con semejante bestia, sino que iba a echarlo de casa volando: no era cosa de tener que atrancar la puerta cada vez que se vistiese. No y no: antes prefería que la aspasen viva que sufrirlo allí a todas horas.

Palabra del Dia

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