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Actualizado: 21 de septiembre de 2025
El aperador, al sentarse, creyó que se sumergía en las faldas y las susurrantes ropas interiores de la hermosa, quedando como pegado a ella, en ardoroso contacto con un lado de su cuerpo. Los muchachas rechazaban con remilgos los primeros ofrecimientos del señorito y sus compañeros. Gracias; ellas habían cenado.
Como la Torrebianca esperaba la agresión, se defendió á tiempo, haciendo esfuerzos por repelerle. Se hallaban en esta lucha, cuando apareció el contratista en la entrada del cenador. Pero ninguno de los dos pudo verle. Canterac seguía ocupado en su tenaz propósito de besarla; y ella, olvidando sus remilgos de coqueta, lo repelía violentamente.
En realidad, era un fruto prematuramente caído del árbol, una doncella núbil antes de tiempo; a los trece, cuando tocaba habaneras, tenía ya las coqueterías, los celos, los caprichos de la mujer, y ahora aquella flor rápida y precoz se había deshojado, y en vez de la lozanía seductora de la juventud, notábase en Josefina la tiesura y empaque de una señora formal y los remilgos de una lugareña.
También concurrió Pito Salces, que se quedó como sin pulsos cuando Tona, con la faz inundada de sonrisas y los ojos de dulzuras, le ponderó la hazaña de la víspera y le declaró sin remilgos que «de ese aquél y de esos prontos le gustaban a ella los hombres». ¡Puches, cómo se puso enseguida el mozallón con la alabanza!
El fuerte olor del vino derramado y de los platos sobrantes caídos en un rincón, mezclábase con el hedor de petróleo de los quinqués. Las muchachas, enrojecidas por la digestión, respiraban con dificultad y se aflojaban los cuerpos de sus vestidos, desabrochándose el pecho. Lejos de la vigilancia de los manijeros y trastornadas por el vino, olvidaban sus remilgos de vírgenes silvestres.
«¿Será por eso por lo que no quiere entrar? se preguntó mirándola de espaldas . ¡Qué remilgos estos! Cuando digo que me cargan a mí estas perfecciones... ¡Qué monas nos hizo Dios! Pues lo que es yo, sí entro». Severiana se acercó a la cama, llevando de la mano a la chiquilla. «Mira, mira lo que te traigo... ¿Cuál visita te gusta más? ¿Esta o la que estuvo antes?».
Al hacer la oferta de su blanca mano, acompañándola de un suspirar tierno y de remilgos de vergüenza, con sus enormes labios que se dilataban hasta las orejas o se contraían formando un hocico monstruoso, Benina no pudo evitar una risilla de burla.
Los remilgos eran fingidos, pero el que se propasaba se exponía a salir con las mejillas ardiendo. Las virtudes que había allí sabían defenderse a bofetadas. En general, se movía aquella multitud con cierto orden. Se paseaba en filas de ida y vuelta. Algunos señoritos se mezclaban con los grupos de obreros.
¡Tonterías! replicó Pepe Vera . ¡Puros remilgos! No está aquí el duque para temer que te ofenda la luz, ni el matasanos de tu marido, para temer que entre un soplo de aire y te mate. Aquí huele a pachulí, a algalia, a almizcle, a cuantos potingues hay en la botica. Esas porquerías son las que te hacen daño. Deja que entre el aire y que se oree el cuarto, que esto te hará provecho.
Era falta de habilidad no remitir a Amparo siquiera mil reales para tenerla contenta mientras él no aseguraba a Josefina, que engreída ahora con la perspectiva del caudal, le había acogido con hartos remilgos y escrúpulos, dificultando reanudar sus antiguos amorcillos. ¡Bah!
Palabra del Dia
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