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dijo don Modesto, que recordó las serenatas a la puerta de Rosita ; ese pobre Ramón siempre ha puesto alto los ojos. A don Modesto no le habían podido disuadir los ulteriores sucesos, de que no fuese Rosita el objeto que atrajo las consabidas serenatas, porque una idea que entraba en la cabeza de don Modesto, caía como en una alcancía; ni él mismo la podía volver a sacar.

Recordó, además, que la señora Liénard no concedía sino muy mediana importancia a las cuestiones de forma y esto acabó de decidirle.

Recordó todo lo que se habían dicho y que había hablado como con nadie en el mundo con aquel hombre que le había halagado el oído y el alma con palabras de esperanza y consuelo, con promesas de luz y de poesía, de vida importante, empleada en algo bueno, grande y digno de lo que ella sentía dentro de , como siendo el fondo del alma.

Y, de pronto, recordó la señora sus celos de momentos antes, y la escena ridícula que había hecho a su marido, cuando éste se debatía en las ansias de su crítica situación: le miró, ¡qué pálido y deshecho estaba! ¡qué injusta había sido, y qué tontas son las mujeres celosas! Se acercó al lecho. Y yo que creía... dijo, ¿me perdonas, Bernardino?

Juan respondió en voz baja, pero Huberto, al fijarse en aquellas interrogaciones cuyas respuestas no había oído, recordó las frases inquietantes de la señora Gardanne, haciendo alusión a un asunto que podía ser perjudicial para su hermano.

Para tranquilizarse se dijo que bien podía ser que el gaucho hubiese olvidado sus promesas. Pero inmediatamente recordó las vagas noticias que le había dado su criadita de algo terrible ocurrido en la estancia de Rojas. Como estaba predispuesta á creer que todos los sucesos debían plegarse á sus conveniencias, sintió finalmente la confianza del optimismo.

Acordose de un antiguo dolor que había resuelto apartar de su memoria durante años enteros; recordó días de enfermedad y desconfianza, días de punzante terror por algo que debió evitar... y que evitó con horror y pesar mortales; pensó en un ser que podría haber existido... también ella hubiera tenido un hijo de la edad de Carolina.

Recordó todas sus pasadas inconsecuencias, la perversidad con que le había retenido, en los primeros tiempos, la inexplicable ternura de las cartas que le escribía para luego mostrarse ante él fría, implacablemente fría; recordó también la escena con Castilla y la extraña presencia de Julio en casa de Charito.

Don Andrés, que, como ya sabemos era muy erudito y que así mismo era algo guasón, recordó el cambio glorioso de Napoleón I en los últimos años de su vida, y no creyendo menos glorioso el cambio del boticario, le aplicó los versos de Manzoni y escribió de buena letra, por bajo de la uña y defendido todo por un cristal: Bella, immortal, benéfica, fede ai trionfi avezza, scrivi ancor questo.

Germana recordó a sus padres el capítulo de Pablo y Virginia en que ésta gasta el dinero de su tía en pequeños regalos para su familia y sus amigos: ¿Qué haremos de todo esto, dijo, nosotros que ya no tenemos amigos ni familia? ¡Qué lástimaEl duque abrió los cajones con noble desdén, como hombre a quien todos los esplendores han sido familiares; pero no conservó su indiferencia a la vista del oro.