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Actualizado: 15 de junio de 2025
Un adiós bastante indiferente me recordó que aquel día había hecho un favor, y que el tal favor ya había pasado. Acaso había sido yo tan necio como loco mi sobrino. No era mucho decía yo, que un joven los pidiera; ¡pero que los diera un viejo!
Germana, sea que fuese más indulgente para el único vicio de su marido, sea que se apiadase de aquellos pobres griegos que no podían vivir sin el tabaco, decretó un día que el cigarrillo sería permitido en toda la extensión de su imperio. Don Diego le recordó sonriendo sus antiguas repugnancias.
Y al verlo recordó también la frecuencia con que lo había encontrado en el círculo universitario ginebrino, durante dos años seguidos, y recordó igualmente que entre ellos no había mediado una sola palabra de simpatía.
Su desazón y sus temores se acrecentaron al ver que don Andrés se acercó a ella; la acompañó mientras bajaba la cuesta, la requebró con más fervor que respeto, le recordó los besos de la antesala y le hizo las más atrevidas proposiciones.
Preguntóle la causa de tan extraño fenómeno, y el monje contestó: Señor... He trabajado más con la cabeza que con los dientes. Presentóse algunos meses después al César un embajador polaco que tenía el cabello negro y la barba blanca. Recordó entonces Carlos la respuesta del fraile y dijo a sus cortesanos: He aquí un embajador que ha trabajado más con los dientes que con la cabeza.
Reginaldo y yo nos habíamos quedado completamente confundidos y mudos en presencia de aquello. Al principio creí que estaba viviendo en un mundo encantado de leyendas y romances, pero cuando un momento después el áspero capuchino me recordó lo pasado, mi asombro fue ilimitado. ¡El secreto de Burton Blair estaba descubierto... y era mío!
Mesía recordó lo que Visitación le había dicho la tarde anterior: cuidado con el Magistral que tiene mucha teología parda. Sin que nadie le instigara era él ya muy capaz de pensar groseramente de clérigos y mujeres.
En ese momento eran cerca de las cuatro y empezaba a formarse la niebla; cuanto antes saliera del camino sería tanto mejor. Recordó que lo había atravesado y que había visto el poste indicador momentos antes que Relámpago se abatiera.
Sacaré una copia, y le prometo que en el primer libro que escriba la publicaré, haciéndome solidario de las ideas que encierra. Los últimos acordes del Fausto, fueron arrancados al piano, á la sazón que el toque de las ánimas nos recordó que el Padre cenaba á esa hora, y por lo tanto nos dirigimos al convento. La promesa de mi amigo Pardo, no se dejó esperar.
Le engañaba; era una mujer. ¡Pero cuál! ¡la suya! ¡la de su alma! ¡Sí, sí, de su alma! Para eso la había querido. Pero las mujeres no entendían esto.... La más pura quería otra cosa». Y pasaban por su memoria mil horrores. La carnaza amontonada de muchos años de confesonario. La conciencia le recordó a Teresina. A Teresina pálida y sonriente que decía, dentro del cerebro: «¿Y tú...?». «
Palabra del Dia
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