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Actualizado: 16 de junio de 2025
Cuando pelea con el tigre, que casi siempre lo vence, lo echa arriba y abajo con los colmillos, y hace por atravesarlo; pero la trompa la lleva en el aire. Del olor del tigre no más, brama con espanto el elefante: las ratas le dan miedo: le tiene asco y horror al cochino. ¡A cuanto cochino ve, trompazo!
De cada diez casas seis por lo ménos os llamarán la atencion por sus extrañas formas, sus techos puntiagudos, sus fachadas triangulares, sus balcones esculpidos, sus curiosas ventanas superpuestas ó pareadas de un modo singular, sus muros compuestos de trozos de madera conbinados en forma de red, sus tejados que parecen madrigueras de ratas ó palomares amontonados en desórden.
La hormiga colorada y las ratas, en cambio son muy abundantes, siendo verdaderos enemigos de los productos del suelo; á pesar de esto no se crean las extravagancias y exageraciones que respecto á las ratas de Marianas se cuentan, pues la abundancia á que aludimos podrá ser un mal, mas no una calamidad de las proporciones dadas por algunos.
Hambre, humillación, vicios adquiridos, todo se borró en un segundo ante las ratas que salían de todas partes. Y cuando volvió por fin a echarse, ensangrentado, muerto de fatiga, tuvo que saltar tras las ratas hambrientas que invadían literalmente el rancho.
Sus ojos pequeños tenían los reflejos azulados del acero, y la boca aparecía oprimida por unos bigotillos curvos y caídos como dos signos de interrogación. Usted dispense dijo sentándose Voy a molestarle mucho; pero no es por culpa mía. He llegado en el tren de esta noche, y me encuentro con que me dan para dormitorio un desván lleno de ratas. ¡Vaya un viaje! ¿Es usted preso?
Se le figuraba estar á muchos pies bajo tierra; creía que aquella reja daba á algún conducto misterioso, y que detrás de los muros habría una presa de agua. En su sueño creyó sentir el ruido de un torrente: el agua entraba con lentitud; enormes ratas corrían buscando entre los pies del preso refugio contra el naufragio.
Los hombres iban arrebujados en mantas, cayéndoles dos chorros de agua por la canal del sombrero deformado y blanducho: las mujeres pasaban chillando como ratas, cubiertas con las varias hojas de su astrosa faldamenta, llenas de barro, y mostrando sus piernas enfundadas en los pantalones masculinos que usaban para la escarda.
Indudablemente, detrás de los mallorquines nobles y plebeyos venían en orden de consideración los cerdos, los perros, los asnos, los gatos, las ratas... y a la cola de todas estas bestias del Señor, el odiado vecino de «la calle», el chueta, paria de la isla. Nada importaba que fuese rico, como el hermano del capitán Valls, o inteligente, como otros.
No puedes figurarte, Juan Claudio, el montón de huesos, pellejos de ratas y lebratos, la carroña que habían reunido en este nido aquellos animales. Era una verdadera inmundicia. Lo arrojé todo al Jaegerthal y vi el pasadizo cubierto. Se me olvidó decirte que me encontré dos crías; retorcíles el pescuezo y las metí en el saco.
Y a too esto, don Fernando, unas monas sabias, tan feas y negras como su primo aquí presente; unas desgalichás, a las que he visto de pequeñas en los cortijos robando garbanzos y otras semillas; unas ratas vivarachas, sin más que el aquel gitano y unas desvergüenzas que ponen coloraos a los hombres. ¿Y eso es lo que les gusta a aquellos señorones? ¡Vamos, hombre, que hay para reír!...
Palabra del Dia
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