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Actualizado: 3 de noviembre de 2025


Suicidio de Isidora Isidora no ponía atención en las cariñosas palabras de D. José. Sintió en su cerebro una impresión extraña, como el rastro aéreo de inmensa caída desde la altura a los más hondos términos que el pensamiento puede concebir. ¡Y qué manera tan rara de ver el mundo y las cosas todas que están debajo del cielo, y aun, si se quiere, el cielo mismo! Cambio general.

La existencia de esta empedernida obstinación en el pecado con la firme confianza en la misericordia divina, repugna, sin duda, á nuestras ideas actuales; pero hoy mismo no es rara en los pueblos católicos de la Europa meridional. Los dos criminales unidos prosiguen su sanguinaria carrera, y roban y asesinan á cuantos caen en sus manos.

En los paseos rara vez leía o hacía leer doña Inés; pero, convertida en filósofa peripatética, disertaba de lo lindo, siempre sobre religión, moral, menosprecio del mundo, alabanza del recogimiento y de la conversión interior y aspiraciones a lo sobrenatural y divino.

Al penetrar de nuevo en el salón, Ricardo sonreía como un bienaventurado. El brillo de la araña le trastornó un poco y se apresuró a sentarse. El gabinete de María, al llegar a él su dueña, estaba sumido en las tinieblas. Buscó a tientas las cerillas y encendió una lámpara de bomba esmerilada. Estaba decorado con lujo y con un gusto que rara vez suele verse en los pueblos secundarios.

Porque al fin, señor cura, él la ama. ¡Qué horrible frase, aplicada como la aplico en este instante! «Me habéis dicho que no era una cosa rara enamorarse dos veces en la vida, señor cura; ¿estáis bien seguro? ¿Estáis convencido de ello? Dicen que el amor atrae al amor; si conociera mi secreto ¿me querría?

El conjunto era singularmente bello. Aquel repicar vario y caprichoso, sin unidad ni medida, tan distinto del otro con que se anuncian los días solemnes y las fiestas clásicas, tenía algo de la maravillosa música moderna en que parece que los instrumentos van libres, de su cuenta, campando por sus respetos, desdeñando compás y disciplina, huyendo los unos de los otros, pero que de pronto se unen y concuerdan en rara e incomparable harmonía que primero sorprende, luego subyuga, y, por último, nos hace ver bosques silenciosos, regiones celestes sin nubes ni celajes, cerúleos adormecidos mares.

Habíalas con tan rara propiedad vestidas, que cualquiera las tomaría por varones; las feas y hombrunas se brindaban sin repulgos a encajarse el traje masculino, y lo llevaban con singular desenfado.

Su antecesor rara vez subía al púlpito, y el verle a él en la cátedra del Espíritu Santo casi todos los días, despertó la curiosidad primero, después el interés y hasta el entusiasmo de los fieles. Su elocuencia era espontánea, ardiente; improvisaba; era un orador verdadero, valía más que en el papel, en el púlpito, en la ocasión.

En la rara teogonía de Goethe, el diablo, no sólo está por bajo de lo sobrenatural, término y mira de las aspiraciones del alma de Fausto, sino también muy por bajo de lo natural, en cuanto lo natural tiene de creador y de divino.

Como Juana la Larga iba tan engreída y tan ufana con el asombroso esplendor y con la rara belleza de su niña, no buscó para ponerse con ella de rodillas un sitio muy apartado, sino el mejor y más visible.

Palabra del Dia

vengado

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