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Actualizado: 4 de julio de 2025


Por fuera, el dulce sol de septiembre, un aroma de hojas maduras, que una ligera brisa trae del bosque, y el puro incienso que exhalan los campos hacia un cielo azul pálido... Dentro, un aliento pestilente de fiebre, un hedor de roña inveterada, exhalaciones rancias, y, en una cama indescriptible, entre trapos sucios que apenas lo cubren, un esqueleto lívido, de arrecido sudor y en el que sólo brillan dos ojos ardientes, feroces, atrevidos, desesperados, dos ojos en cuyo fondo se leen todos los terrores de la muerte y todas las ambiciones de la vida.

Pero don Antonio contestaba con risitas irónicas que desesperaban al pobre viejo. ¡Vaya unas ideas rancias! ¿De dónde salía para atreverse a hablar contra un negocio tan legal y admitido por todos? Los tiempos cambian, amigo don Eugenio, y con ellos los negocios.

Doña Lorenza, que oye siete misas al día y se confiesa dos veces por semana, te detesta como si fueras el mismo Judas. Ella infundirá este odio á su niña, haciéndole creer que eres descendiente de Caifás, y que se va á condenar si se casa contigo. ¡Monstruoso, inconcebible! Esa familia, chico, es la madriguera del obscurantismo. ¡Qué rancias ideas y costumbres!

Por de fuera, serenidad, impasibilidad; en lo más secreto, ardor inextinguible. El filósofo es un energúmeno conservado entre hielo. Porque el hielo es el gran conservador, así para las pasiones como para las cosas comestibles, que en cuanto se las saca al aire y a la luz se ponen rancias, manidas. El filósofo vive todos los dramas; jamás es espectador.

Pensamos en esa figura noble y artística como un retrato antiguo, superviviente de todos sus contemporáneos, haciendo sus apacibles paseatas por las calles muertas de Segovia, la vieja, viviendo una vida arcaica y cristalizada entre los muros grises de las rancias mansiones infanzonas, con escudos de piedra y los palacios grises eternamente cerrados.

Las gentes murmuradoras denunciaban sus ocultos convenios con modistas y sombrereras, que les proveían gratis para que propagasen sus invenciones. Pero aquí se detenía la maledicencia. De sus costumbres, de su vida en la casa, ni una palabra. Las rancias familias diplomáticas que habían conocido al ministro jamás tuvieron que amonestarlas por una imprudencia irreparable.

Palabra del Dia

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