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Actualizado: 22 de junio de 2025
Aquella misma noche, en un momento en que don Quintín salió del cuarto de Cristeta para que ésta se mudase de traje, y mientras estaba sentado leyendo el periódico bajo el mechero de gas que había en el corredor, se le acercó la corista a quien por la tarde habló don Juan.
No me ofendo; pero en vez de un memo se encuentra usted con un hombre franco que le dice: mi sobrina nada me importa. ¿Se ha casado? Vaya bendita de Dios. ¿No se ha casado y anda usted tras ella? Me es igual. Don Juan resolvió jugarse el todo por el todo, a lo menos en lo tocante a valerse de don Quintín, y apoyando los codos en el mantel, dijo: Es usted un lince y un hombre... leal.
Harto sé yo lo que son mujeres, ¿Le gusta a usted? Bueno..., pues usted ¡a ella! y nosotros tan amigos como antes. Don Juan, en el colmo del asombro, exclamó: ¿Que no le importa a usted? Absolutamente nada. Pausa de unos segundos: el amo hace seña al criado, y éste echa Jerez en la copa grande de don Quintín. El diálogo continúa del siguiente modo: Me deja usted espantado.
La corsetera había dicho a Carola: ¡Vaya una prenda pa una señora que la pueda lucir!; y ella lo deseó como un guerrero desea una buena arma de combate. Pidióselo a su Quintín, y éste, fingiendo bromear, repuso: ¿Corsé? A fuerza de aceros y ballenas me vas a estropear ese cuerpecito tan rico. Ya sabes que me da rabia ir a cogerte y encontrarme con esas cosas tan duras.
Por fin, la catástrofe se vino encima. Uno de aquellos billetes amorosos cayó en manos de doña Frasquita. ¡Y en qué momentos! Precisamente cuando era cosa resuelta que don Quintín acompañase a Cristeta en su campaña de verano.
Cada vez que don Quintín, enviado por ella, iba al portal de la casa en que vivía le daban la misma respuesta: «No sabemos nada; se plantará aquí sin avisar, como siempre; luego come unos días de fonda hasta que puede venir Mónica, su cocinera.» De cuando en cuando Cristeta leía en los periódicos las revistas de salones por ver si el nombre de Juan figuraba en la relación de algún baile; y si entraba en el estanco persona de quien ella supiese que le conocía, preguntaba con timidez mezclada de astucia.
De la importantísima conferencia que celebraron el Tenorio decadente y el estanquero libertino, con otros graves sucesos Ignorante don Juan de que don Quintín hubiese venido a menos, resolvió visitarle en su estanco, donde hasta entonces, por prudencia, jamás puso los pies. Fue allá, entró, pidió puros, escogiolos despacio mirando hacia la trastienda... y nada.
Don Juan tenía pensado alquilar un cuarto y amueblar en él dos habitaciones: una tal que pareciese oficina, para dar sombra de apariencia a lo de la empresa teatral, y otra cuidadosamente alhajada, donde, atraída Cristeta, quedara su resistencia vencida; pero en vista de la conferencia con don Quintín, consideró inútil lo primero, pues el grandísimo bribón no había menester disimulo, sino dinero; por lo cual a otro día del almuerzo le mandó a Benigno con una carta en que, a modo de primer mes de sueldo, le remitía mil reales, es decir, el amor de Carola provisionalmente asegurado.
Adiós, y si algún día crees que puede tener remedio el mal que has causado, llámame. Entonces sabrás lo que yo soy capaz de hacer por ti. Tuyo, Si consigo arreglar mis asuntos, me marcharé esta misma semana. Adiós por última vez.» Capítulo XXI Del fin que tuvieron los desordenados amores de don Quintín y del principio de su cautividad
El empeño de Cristeta en averiguar su paradero, autorizaba las más ofensivas conjeturas y don Quintín tenía el espíritu predispuesto a concebir pecados y liviandades. ¿No estaba él enamorado hasta las cachas? ¿Pues cómo había de ser inverosímil que Cristeta hubiese incurrido en alguna desenvoltura?
Palabra del Dia
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