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Dios no querrá, y si eso sucede, ya encontraré otro medio. El duque y la duquesa acabaron de madurar su plan.

Reposaban a la par el cuerpo exento de males y la conciencia libre de impurezas. De fijo hacía mucho tiempo que su madre no dormía así. Aquella misma tarde la duquesa mandó recado al capellán, rogándole que pasase a su gabinete. «¿Qué me querrá? se dijo Lázaro. Sabrá que no ignoro su falta?

También pensaba Barbarita, oyendo a su novio, que la procesión iba por dentro y que el pobre chico, a pesar de ser tan grandullón, no tenía alma para sacarla fuera. «¿Me querráse preguntaba la novia.

De lejos la querré lo mismo que de cerca, y ella me querrá tal vez. Seré para ella como un sueño, y los sueños suelen herir el corazón más que la realidad». Volvió a echarse, y se entretuvo contemplando con errante mirada las paredes de la habitación.

Me dijo que la pagarían a la vuelta, don Melchor... ¿Cómo a la vuelta?... Así me dijo... ¡y es tan porfiado el gringo!... ¡Son cosas suyas!... ¿Mías?... De Garona, querrá decirme... ¿y no les parece que es hora de ir saliendo?...

¡Gracias! ¡gracias! le dijo ésta . ¡Hacía dos meses que no lloraba! Y cuando se hubo calmado un poco: ¿Te lo ha dicho todo? Todo. Hizo que la vizcondesa se sentara. ¡Bueno!... ¿Y qué piensas ? ¡Yo ya ni pensar puedo! Piensa respondió la señora de Aymaret que es necesario tocar todos los resortes para salvar la vida de tu marido. ¡Eso es imposible... él no querrá! ¿Quién no querrá?

Muley con los suyos me arrancará esta noche de los brazos de mi tío, quien no podrá o no querrá oponerse a tal violencia por amor a Muley y al ahinco con que desea conservar los derechos de nuestra familia. Dos galeazas tunecinas esperan para esta facción y rondan en los ancones de la playa.

¡Señorita, por Dios!... No soy yo quien lo dice, sino todo el mundo... Ayer me decía doña Filomena que la edificaba verla a usted oír la misa y comulgar y que daría cualquier cosa porque sus hijas fuesen lo mismo... Y razón tiene para desearlo, porque una de ellas, la última, es de la piel del diablo... ¿Querrá usted creer, señorita, que el otro día arañó a su hermana en la iglesia, sobre si había de confesar una primero que otra?... ¡Bonito arrepentimiento! ¡Si da vergüenza, señorita, da vergüenza el ver cómo andan algunas por la iglesia! ¡Parece que están en su casa! ¡Ay, no se hacen cargo las pobrecitas de que están en la casa del Señor de los cielos y tierra que les ha de pedir cuenta de su pecado!... ¿No le ha enseñado doña Filomena el rosario que le mandó su hermano de la Habana? ¡Es una maravilla!

En compensación de las cosas que abandona usted en este mundo, gozará la gloria del paraíso. ¡Ay! ¡Yo lo tenía en su amor! suspiró Magdalena. Y alzando la voz, añadió: ¿Quién te querrá como yo te quiero? ¿Quién te comprenderá como yo he llegado a comprenderte? ¿Quién sabrá someterse como yo a tu suave autoridad, amado mío? ¿Quién cifrará como yo su amor propio y su orgullo en tu amor? ¡Oh!

Expuse tantas veces la vida por cosas que á la larga no me importaban, que nada tiene de particular que la exponga por mi señora. Gracias, gracias, Periquillo... No querrá Dios que sea víbora... Ofrezco una misa á la Virgen del Carmen si no te sucede nada... Mira, vámonos de aquí... Estoy agitada... nerviosa... Vámonos, vámonos pronto.