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Actualizado: 23 de junio de 2025


Después le habló del tiempo, de la posibilidad de que aquel nordeste vivo se trocase pronto en vendaval cerrado, y no pudiesen salir los barcos de la carrera de América; se quejó en seguida del polvo que había en los caminos, lo cual le impedía pasear; se enteró del precio del bacalao y de las noticias que había de la pesca en Terranova.

Cooper, sin embargo, conocía bien a los perros de monte, y su maravillosa aptitud para la caza a la carera, que su fox-terrier ignoraba. ¿Enseñarle? Acaso; pero él no tenía cómo hacerlo. Precisamente esa misma tarde un peón se quejó a Cooper de los venados que estaban concluyendo con los porotos. Pedía escopeta, porque aunque él tenía un perro, no podía sino a veces alcanzarlos de un palo...

Y se sentó junto á una mesa, tomó papel y pluma y escribió lo siguiente: «Señor mío: Hace tres días que no me honráis; ¿habré caído en vuestra desgracia? No lo creo; al menos no he dado motivo para ello. No me quejo como me quejaría en otra ocasión, porque que andáis muy seriamente ocupado y más de un tanto cuidadoso por la vida de nuestro buen amigo don Rodrigo Calderón.

Y vuelvo a repetirle que no me quejo de nadie, sino de mi mala fortuna; que no alzo ni bajo ni estimo en más ni en menos a su hijo de usted, ni le quito ni le pongo al acudir a ciertos extremos y al expresarme de cierto modo; pero yo tenía mi rumbo trazado, mis planes hechos...

Allí, con el menor aparato posible, sin molestar a nadie se instaló para velar a la Regenta y acudir al menor peligro. Comía y cenaba en la posada, pero dormía en el caserón. Esto no lo supo Anita hasta que, ya convaleciente, se quejó un día de aquella soledad. Confesó que de noche tenía a veces miedo.

ABIND. ¡Que he llegado A tus manos, Alcaide! NARV. Tente espera. ABIND. Ya no me quejo del rigor del hado, Puesto que ha sido en ocasión tan fiera. Huelgo de ver, Alcaide, tu presencia, Aunque me cuesta cara la experiencia. No me ha agraviado mi fortuna en nada, Y pues debo estimarme por tu hacienda, No es bien que esta flaqueza afeminada De cosa tuya sin razón se entienda.

De repente se quejó del zumbido de sus orejas, que parecía enloquecerla, del hormigueo que sentía en su cuerpo, de la rigidez que inmovilizaba sus miembros. Todo rueda gimió . Ruedan las paredes... se abre el piso... un agujero muy negro, ¡muy negro! Isidro, cógeme... agárrame, que me caigo... ¡que me caigo!

Y llegó a tanto su curiosidad y desatino en esto, que vendió muchas hanegas de tierra de sembradura para comprar libros de caballerías en que leer, y así, llevó a su casa todos cuantos pudo haber dellos; y de todos, ningunos le parecían tan bien como los que compuso el famoso Feliciano de Silva, porque la claridad de su prosa y aquellas entricadas razones suyas le parecían de perlas, y más cuando llegaba a leer aquellos requiebros y cartas de desafíos, donde en muchas partes hallaba escrito: La razón de la sinrazón que a mi razón se hace, de tal manera mi razón enflaquece, que con razón me quejo de la vuestra fermosura.

Ahora bien, Señor, hablemos 2190 De la ausencia destos días. Ya me olvidáis, ya me quejo De vos al pasado amor. Negocios son, os prometo, Que me han tenido ocupado 2195 Por un notable suceso. Mató en Ronda cierta dama Guzmán y Portocarrero, Cuyo padre con el duque De Medina tiene deudo, 2200 Un caballero su amante. DO

Señor se atrevió a decir Contracayes, algo amostazado y perdiendo mucha parte del miedo ; con la palabra de V. S. tengo ya bastante, y no es de los sagrados cánones de lo que me quejo, sino de mi mala suerte que me hizo resbalar y caer donde otros muchos, muchísimos que conozco resbalan pero no caen. El Magistral se volvió de pronto, como si le hubiesen mordido en la espalda.

Palabra del Dia

rigoleto

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