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Sin libertad de albedrío el mérito es un absurdo; un ser que obra por necesidad absoluta, no puede tener mérito ni demérito.

De repente, y como para cerrar con broche de oro la jornada, el general Mendieta ordenó que las fuerzas del capitán Castillo, dando un rodeo, fueran á ocupar una posición situada á nuestra derecha, es decir, á la izquierda de los rebeldes, y precisamente hacia el sitio que estos intentaban ocupar.

Es realmente un exceso, lo comprendo, pero bien sabe Dios que no pocas veces me he prosternado diciéndole: «Señor, no hay que exagerar. ¿Por qué me has dotado de tantas facultades y has dejado desmantelados a muchos ministros, profesores y académicos a quienes hacen más falta que a miNo seas injusta, Elena. Compadécete de . ¿Piensas que es una ganga el tener talento en España?

Practicar la estraccion de la cascarilla en grande, pero con arreglo á ciertas ordenanzas, y fijando ante todo la estacion mas propicia, para que al mismo tiempo que se aproveche en la totalidad el producto de las cosechas anuales, pueda siempre conservarse esta planta para el porvenir.

Manuel de Sto. Tomás, Prior Provincial de la Religión dominica, otorgaron una escritura en la cual dijeron: «que por quanto el Capitan don Andrés Vandorne vecino desta dha.

Y él, el hombre cobarde, saltaba de gozo al oír esto, con la satisfacción del débil que se ve vengado. ¡Un cáncer!... ¡El maldito lujo que se pudría dentro de ella, haciéndola morir en vida! Y siempre tan hermosa, ¿verdad? ¡Qué dulce venganza!... No; no iría a verla. Era inútil que el cura buscase argumentos.

Se recreó en las curiosidades arqueológicas, aseguró que la ciencia de los venenos no había progresado, que habíamos perdido las fórmulas de Locusta, de Lucrecia Borgia, de Catalina de Médicis y de la marquesa de Brinvilliers, y lamentó, riendo, la pérdida de tan hermosos secretos, lloró por el veneno fulminante del joven Británico, por las guantes perfumados de Juana de Albret, los polvos de sucesión y el licor de familia que cambiaba el vino de Chipre en vino de Siracusa; en su revista no olvidó tampoco el ramo fatal de Adriana Lecouvreur.

Y Andresito, cerrando los ojos, despreciando los punzantes recuerdos del pasado, se sentía feliz, tanto casi como Conchita, que en los días de Pascua, en la agitación de las alegres meriendas, había conseguido turbar a Roberto hasta el punto de arrancarle la deseada declaración.

En medio de esta vida, que interiormente le avergonzaba, se conoció con Adriana en la casa de Charito González, antigua y leal amiga suya. Al principio no fue sino un sentimiento ligero, un suave placer de galantería y el encanto de oír las alusiones de las personas que frecuentaban la casa.

Con aire de contrariedad dirigió sus pasos hacia su pupitre, y le dijo en breves y frías palabras, que estaba ocupado y que deseaba estar solo. Levantada, Melisa, tomó la silla abandonada y sentándose a su vez, escondió su cabeza entre las manos. Alzó de nuevo la vista, y ella permanecía aún allí, de pie; le estaba mirando a la cara con expresión contristada y pesarosa. ¿Le has muerto? exclamó.